Me recliné contra un suave montículo de nieve, dejando que la nieve seca se acomodara en torno a mi peso. Mi piel se enfrió hasta que ya no sentía el aire a mi alrededor, y los pequeños pedazos de hielo se sintieron como terciopelo bajo mi piel.
Arriba, el cielo era claro, con estrellas, brillando intensamente, azul en algunas partes y amarillo en otras. Las estrellas creaban majestuosas y remolinadas formas contra el negro universo -- una vista maravillosa. Exquisitamente hermosa. O por lo menos, debió serlo. Lo hubiera sido, si yo hubiera logrado verlo.
No estaba mejorando nada. Seis días habían pasado, seis días me escondí aquí en el vacío y deshabitado Denali, pero no estaba ni cerca a la libertad que tenía hasta la primera vez capté su esencia.
Cuando miré al brillante cielo, fue como si hubiera una obstrucción entre mis ojos y su belleza. La obstrucción era un rostro humano, poco destacable, pero no podía borrarlo de mi mente. Escuché los pensamientos acercándose antes de escuchar los pasos que los acompañaban. El sonido del movimiento era sólo un débil susurro contra la nieve.
No me sorprendió que Tanya me hubiera seguido hasta aquí. Sabía que ella había estado reflexionando esta futura conversación en los últimos días, aguardando hasta que estuviera segura de lo que quería decir exactamente.
La visualicé a unos 55 metros de distancia, balanceándose en la orilla de una negra roca.
La piel de Tanya era plateada a la luz de las estrellas, y sus rizos rubios y largos se veían casi rosados con su color fresa.
Sus ojos color ámbar brillaron mientras me espiaba, medio enterrado en la nieve, y sus labios se estrecharon lentamente en una sonrisa.
Exquisito. Si hubiera logrado notarlo. Suspiré.
Ella se agachó y con la punta de sus dedos tocó el borde de la roca, su cuerpo giró en una espiral.
Cannonball, pensó.
Se lanzó al aire; su forma se transformó en una oscura y retorcida sombra mientras giraba elegantemente entre las estrellas y yo. Formó una bola con su cuerpo justo en el momento en que tocó el montículo de nieve detrás de mí.
Una ventisca de nieve voló a mí alrededor. Las estrellas se volvieron negras y yo estaba enterrado en los plumosos cristales de hielo.
Suspiré de nuevo, pero no me moví para desenterrarme. La oscuridad debajo de la nieve ni dolió ni mejoró la vista. Todavía veía el mismo rostro.
- ¿Edward?
Había nieve volando de nuevo mientras Tanya rápidamente me desenterraba. Removió la nieve de mi rostro inanimado, sin mirar mis ojos.
- Disculpa, - murmuró. - Era una broma.
- Lo sé. Fue divertido.
Su boca se torció hacia abajo.
- Irina y Kate dicen que debo dejarte solo. Ellas piensan que te molesto.
- Para nada, - le aseguré. - Al contrario, soy yo quien está siendo grosero --
Abominablemente grosero. Lo lamento mucho.
Te irás a casa, ¿verdad? Ella pensó.
- No lo he...exactamente...decidido aún.
Pero no te quedarás aquí. Su pensamiento fue melancólico, triste.
- No. No parece estar...ayudándome.
Hizo una mueca. - Es mi culpa, ¿verdad?
- Por supuesto que no. - Mentí gentilmente.
No seas caballero.
Sonreí.
Te hago sentir incómodo. Se acusó.
- No.
Levantó una ceja, su expresión era tan discrepante que tuve que reír. Una carcajada corta, seguida por otro suspiro.
- Está bien, - Admití. - Sólo un poco.
Ella suspiró también, y puso su barbilla en sus manos. Sus pensamientos mostraban decepción.
- Tú eres mil veces más adorable que las estrellas, Tanya. Por supuesto, tú ya sabes eso.
No dejes que mi obstinación te quite tu confianza. - Reí entre dientes por lo poco probable de aquello.
- No estoy acostumbrada al rechazo - Se quejó, presionando afuera su labio inferior en un atractivo puchero.
- Ciertamente no. - Estuve de acuerdo, tratando con poco éxito, bloquear sus pensamientos efímeros mientras recordaba sus centenares de conquistas acertadas.
Mayoritariamente, Tanya prefería a los hombres humanos -- ellos eran mucho más atractivos por una cosa. Tenían la ventaja de ser suaves y cálidos. Y siempre impacientes, definitivamente.
- Sucubo. - Bromée, esperando interrumpir las imágenes oscilando en su cabeza.
Hizo una mueca, mostrando sus dientes. - La original -.
Al contrario de Carlisle, Tanya y sus hermanas han descubierto sus conciencias lentamente. Al final, fue el cariño que sentían por los hombres humanos lo que las transformó en las hermanas en contra de la matanza. Ahora los hombres que amaron...vivieron.
- Cuando apareciste aquí - Tanya dijo lentamente. - Pensé que ...
Yo sabía lo que había pensado. Y debí haber adivinado que ella se sentiría de esa manera. Pero no estaba en mi mejor momento para pensar analíticamente.
- Pensaste que había cambiado de idea.-
- Sí. - Frunció el ceño.
- Me siento horrible por destruir tus expectativas, Tanya. No era mi intención---No estaba pensando. Es sólo que me fui ...digamos que arrancando.
- Y supongo que no me dirás por qué ...?
Me incorporé y envolví mis brazos alrededor de mis piernas, en defensa. - No quiero hablar de eso -.
Tanya, Irina y Kate era muy buenas en la vida que eligieron. Mejores incluso, en alguna forma, que Carlisle. A pesar de la insana proximidad que se permitían con aquellos que debían ser---y alguna vez fueron---si presa, ellas no cometían errores. Estaba demasiado avergonzado para admitir mi debilidad frente a Tanya.
- ¿Problema de faldas? - Adivinó, ignorando mi repugnancia.
Solté una carcajada triste. - No en la forma a la que te refieres -.
Estaba tranquila. Escuché sus pensamientos como si corriera por diferentes posibilidades, tratando de descifrar el significado de mis palabras.
- Ni siquiera estás cerca - Le dije.
- ¿Una pista? - Preguntó.
- Por favor Tanya, Ya déjalo -.
Estaba tranquila de nuevo, todavía especulando. La ignoré, tratando en vano de apreciar las estrellas.
Se rindió después de un silencioso momento, y sus pensamientos persiguieron una nueva dirección.
Edward, si te vas ... ¿a dónde irás? ¿De vuelta con Carlisle?
- No lo creo - Susurré.
¿A dónde iría? No podía pensar en un lugar de todo el planeta que me llamara la atención. No había nada que deseara ver o hacer. Porque, no importaba a dónde fuera, no estaría yendo a algún lugar---sólo estaría escapando de uno.
Odiaba eso. ¿Cuándo me convertí en un cobarde?
Tanya puso su brazo alrededor de mis hombros. Me tensé, pero no me escapé de su abrazo. Ella no pretendía nada más que ser amigable. Por ahora. - Creo que sí volverás - dijo, su voz con un pequeño rastro de su largo y perdido acento Ruso.
- No importa qué sea...o quién sea...lo que te atormenta. Tú lo enfrentarás. Tú eres así -.
Sus pensamientos eran seguros como sus palabras. Traté de contener la visión de mí mismo que ella guardaba en su cabeza. Alguien que enfrentaba sus problemas. Fue placentero pensar en mí de esa manera de nuevo. Nunca dudé de mi coraje, mi habilidad para enfrentar dificultades, antes de aquella horrible hora de clases de biología en el instituto hace tan poco tiempo.
La besé en la mejilla, retrocediendo rápidamente cuando ella movió su rostro hacia el mío, con sus labios maliciosos. - Gracias, Tanya. Necesitaba escuchar eso -.
Sus pensamientos se volvieron petulantes. - De nada, supongo. Desearía que fueras un poco más razonable acerca de ciertas cosas, Edward -.
- Lo siento, Tanya. Tú sabes que eres demasiado buena para mí- Yo sólo...aún no he encontrado lo que busco. -
- Bueno, si te vas antes de que te vuelva a ver...Adiós, Edward. -
- Adiós, Tanya. - Cuando dije las palabras, pude verlo. Pude verme de vuelta. Siendo lo suficientemente fuerte para volver al lugar en donde quería estar. - Gracias de nuevo. -
Se puso de pie con un ágil movimiento, y luego se alejó corriendo a través de la nieve tan rápido que sus pies no dejaron huellas. No miró atrás. Mi rechazo la molestó más de lo que demostró, incluso en sus pensamientos. No querría volver a verme antes de que me fuera.
Hice una mueca de disgusto. No me gustaba herir a Tanya, aunque sus sentimientos no eran profundos, escasamente puros, y, en cualquier caso, no los podía corresponder. Me hacía sentir poco caballeroso.
Apoyé mi barbilla en mis rodillas y fijé nuevamente mi vista en las estrellas. De pronto me sentí ansioso de comenzar mi camino de regreso. Sabía que Alice me vería llegar a casa, y se lo diría a los demás. Esto los haría feliz---a Carliste y Esme especialmente. Pero miré a las estrellas nuevamente por un momento, tratando de ver más allá del rostro en mi cabeza. Entre yo y las brillantes luces en el cielo, un par de desconcertados ojos cafés achocolatado me miraron fijamente, pareciendo preguntar lo que ésta decisión significaría para ella. Por
supuesto, no podía estar seguro si realmente era ésa la información que expresaban esos curiosos ojos. Incluso en mi imaginación, no podía escuchar sus pensamientos. Los ojos de
Bella Swan continuaron preguntando, y una descubierta vista de las estrellas continuaron eludiéndome. Con un fuerte suspiro, me dí por vencido, y me puse en camino. Si corría, estaría de vuelta al auto de Carlisle en menos de una hora...
Apurado por ver a mi familia---y deseando fervientemente ser el Edward que enfrenta sus problemas---Corrí más rápido de lo normal por el campo nevado, sin dejar huellas.
- Todo va a estar bien - Alice respiró. Sus ojos estaban desenfocados, y Jasper tenía puesta su mano ligeramente debajo del codo de Alice, guiándola hacia adelante mientras caminábamos en grupo hacia la pequeña cafetería. Rosalie y Emmett conducían el camino,
Emmett viéndose ridículo como un guardaespaldas en medio de un territorio hostil. Rose se veía cautelosa, también, pero mucho más irritada que protectora.
- Por supuesto que lo está - Me quejé. Su comportamiento era absurdo. Si no estuviera seguro de que podía manejar esta situación, me hubiera quedado en casa.
El cambio repentino de nuestra normal mañana, incluso juguetona---había nevado en la noche, y Emmett y Jasper estaban tomando ventaja de mi distracción para bombardearme con bolas de nieve; cuando se aburrieron con mi falta de entusiasmo, comenzaron a lanzárselas entre ellos---esta vigilancia exagerada hubiera sido cómica, si no fuera tan irritante.
- Ella aún no está aquí, pero por donde vendrá...no estará a favor del viento si nos sentamos en nuestro lugar de siempre -
- Por supuesto que nos sentaremos en nuestro lugar de siempre. Ya para, Alice. Me estás sacando de mis casillas. Estaré absolutamente bien. -
Le guiñó un ojo a Jasper mientras éste la ayudaba a sentarse, y sus ojos finalmente se enfocaron en mi rostro.
- Hmm - Dijo, casi sorprendida. - Creo que tienes razón. -
- Por supuesto que la tengo - Murmuré.
Odiaba ser el centro de su atención. Sentí una repentina simpatía por Jasper, recordando todas las veces que lo sobreprotegimos. Jasper me miró brevemente, e hizo una mueca.
Molesta, ¿verdad?
Le hice una mueca.
¿Sólo había sido la semana pasada, en que esta larga, monótona habitación me había parecido tortuosamente opaca? ¿Cuando me pareció que estaba en coma, al estar aquí?
Hoy mis músculos y nervios estaban estirados y tensos---como cuerdas de piano, tensionadas para sonar a la presión más ligera. Mis sentidos estaban híper-alertas; Escanée cada sonido, cada suspiro, cada movimiento del aire que tocó mi piel, cada pensamiento.
Especialmente los pensamientos. Sólo uno de mis sentidos lo mantuve bloqueado, rechazando usarlo. El olfato, por supuesto. No respiré.
Estaba esperando oír más acerca de los Cullens en todos esos pensamientos. Esperé todo el día, buscando cualquier nuevo conocido en el que Bella Swan hubiera confiado, tratando de ver qué dirección había tomado el nuevo chisme. Pero no había nada. Nadie notó a los cinco vampiros en la cafetería, como siempre antes de que llegara la nueva chica. Varios de los humanos aquí aún pensaban en ella, lo mismo de la semana pasada. En vez de encontrar esto
absolutamente aburrido, ahora estaba fascinado.
¿Acaso ella no le había dicho nada a nadie sobre mí?
No hay manera de que no haya notando mi negra y asesina mirada. La había visto reaccionar. Seguramente, la asusté tontamente. Estaba convencido de que le diría a alguien, tal vez incluso exagerado la historia un poco para hacerla más interesante. Dándome algunas líneas amenazadoras.
Y entonces, ella también me escuchó tratando de cambiar la clase de biología que compartíamos. Debe haberse preguntado, después de ver mi expresión, si ella era la causa.
Una chica normal hubiera averiguado, comparado su experiencia con otros, buscando historias comunes que explicaran mi comportamiento para no sentirse discriminada. Los humanos constantemente se desesperaban por sentirse normales, para encajar. Para mezclarse con todos los demás, como un rebaño de ovejas sin rasgo distintivo. Esta chica no sería la excepción a esa regla.
Pero nadie notó que estábamos sentados aquí, en nuestra mesa de siempre. Bella debe ser excepcionalmente tímida, si no confió en nadie. Tal vez habló con su padre, quizás esa es la relación más fuerte que tiene...aunque eso parece improbable, dado el hecho de que pasó muy poco tiempo con él en el transcurso de su vida. Sería más cercana a su madre. De todas maneras, tendré que pasar por la casa del Jefe Swan algún día pronto y escuchar qué está pensando.
- ¿Algo nuevo? - Me preguntó Jasper.
- Nada. Ella...creo que no dijo nada.
Todos levantaron una ceja a este hecho.
- Tal vez no eres tan terrorífico como crees que eres - Dijo Emmett, riendo entre dientes.
- Apuesto a que pude haberla asustado mucho mejor que eso. -
Entorné mis ojos hacia él.
- Me pregunto... - Jasper estaba desconcertado con mi revelación del silencio único de la chica.
- Ya lo hemos debatido. No lo sé.
- Ahí viene. - Alice murmuró. Sentí cómo mi cuerpo se ponía rígido. - Traten de parecer humanos.
- ¿Humanos dices? - Preguntó Emmett.
Levantó su puño derecho, moviendo sus dedos para revelar la bola de nieve que había guardado en su palma. Por supuesto no se había derretido. La apretó formando un abultado cubo de hielo. Tenía sus ojos puestos en Jasper, pero ví la dirección de sus pensamientos. Y
Alice también, por supuesto. Cuando él, abruptamente le lanzó, el pedazo de hielo, ella lo hizo
a un lado con un casual alboroto de sus dedos. El hielo rebotó a lo largo de la cafetería, demasiado rápido para ser visible al ojo humano, y se rompió con un sostenido golpe contra la muralla de ladrillo. El muro también se rompió.
Todas las cabezas de esa esquina de la cafetería se voltearon para ver a la pila de hielo roto en el piso, y luego giraron de un lado a otro buscando al culpable. No miraron mas lejos que unas pocas mesas de distancia.. Nadie nos miró.
- Muy humano, Emmett - Dijo Rosalie con un tono mordaz. - ¿Por qué no aprovechas de atravesar el muro?
- Sería mucho más impresionante si tú lo hicieras, cielo.
Traté de ponerles atención, manteniendo mi rostro en una mueca como si formara parte de su jugarreta. No me permití mirar hacia la línea en donde sabía que estaba ella. Pero eso era todo lo que oía.
Podía escuchar la impaciencia de Jessica con la nueva chica, quien parecía estar distraída, también, inmóvil en su lugar. Ví, en los pensamientos de Jessica, que las mejillas de Bella
Swan estaban tornándose de un brillante color rosa por efecto de la sangre.
Volteé respirando cuidadosamente, preparado para dejar de hacerlo por si un poco de su esencia llegaba con el aire cerca de mí.
Mike Newton estaba con ellas dos. Escuché sus dos voces, verbal y mental, cuando le preguntó a Jessica qué le pasaba a la chica Swan. No me gustó la forma en que sus pensamientos se envolvían en torno a ella, el parpadeo de una ya establecida fantasía nublaba
su mente mientras la miraba despertar de su ensueño como si hubiese olvidado que estaba ahí.
- Nada - Escuché que Bella dijo en una tranquila y clara voz. Parecía el sonar de una campana sobre el balbuceo en la cafetería, pero sabía que eso era así sólo porque estaba escuchando con demasiada atención.
- Hoy sólo quiero un refresco - Continuó moviéndose para avanzar en la fila. No pude evitar lanzar una mirada en su dirección. Ella estaba mirando al piso, la sangre lentamente se desvanecía de su rostro. Rápidamente cambié la dirección de mi mirada, a Emmett, quien se reía a la sonrisa de dolor que había en mi rostro.
Te ves enfermo, hermano.
Cambié mi expresión para que se viera casual y no forzada. Jessica se estaba
preguntando en voz alta sobre la falta de apetito de la chica. - ¿Es que no tienes hambre? - preguntó. - La verdad es que estoy un poco mareada - Su voz era aún más baja, pero todavía muy clara. ¿Por qué me incomodó, la repentina preocupación que emanó de los pensamientos de Mike Newton? ¿Qué importaba si era una posesión para ellos? No era asunto mío si Mike
Newton se sentía innecesariamente ansioso por ella. Quizás esta es la forma en que todos reaccionan a ella. ¿Acaso no había querido, instintivamente, protegerla también? Antes de que quisiera matarla, la verdad...
¿Pero estaba realmente enferma?
Era difícil saberlo---se veía tan delicada con su piel translúcida...Entonces me di cuenta de que yo también me estaba preocupando, tal como ese estúpido niño, así que me obligué a mi mismo a no pensar en su salud.
De todas maneras, no me gustaba monitorearla desde los pensamientos de Mike. Cambié a los de Jessica, mirando cuidadosamente cómo ellos tres escogían una mesa para sentarse.
Afortunadamente, se sentaron con los usuales compañeros de Jessica, en una de las primeras mesas de la cafetería. Sin viento a favor, tal y como Alice había prometido.
Alice me dió un codazo, Ella va a mirar hacía acá pronto, actúa humano.
Apreté los dientes detrás de una mueca.
- Tranquilízate, Edward - Me dijo Emmett. - Honestamente. Así que matas un humano.
Eso difícilmente puede ser el fin del mundo.
- Tu sabrías. - Murmuré.
Emmett soltó una carcajada. - Tienes que aprender a superar las cosas. Como yo. La eternidad es un largo tiempo como para pasarlo con culpa. -
Justo entonces, Alice lanzó un pequeño puñado de hielo que había estado escondiendo, en el inesperado rostro de Emmett. Éste parpadeó, sorprendido, y luego hizo una mueca.
- Tú te lo buscaste - dijo mientras se inclinaba en la mesa y sacudía los cristales encrustados en su pelo en dirección a Alice. La nieve, derritiéndose en el cálido lugar, voló desde su pelo en una gruesa lluvia de, mitad líquido, mitad hielo.
- ¡Eww! - Rosalie se quejó, mientras ella y Alice se alejaban del diluvio.
Alicé se rió, y todos la copiamos. Podía ver en la cabeza de Alice cómo ella había orquestado este perfecto momento, y yo sabía que la chica---Debería parar de pensar en ella de esa forma, como si fuera la única chica en el mundo---que Bella estaría mirándonos jugar y reír, viéndonos tan felices y humanos y poco reales como una pintura de Normal Rockwell.
Alice continuó riendo, y luego tomó su bandeja y la usó como protección. La chica---
Bella debe estar mirándonos aún.
...mirando a los Cullens de nuevo, alguien pensó, captando mi atención.
Miré automáticamente hacia la in intencional llamada, dándome cuenta mientras mis ojos encontraban su destino, que reconocía esa voz---Había estado escuchándola todo el día.
Pero mis ojos pasaron de largo a Jessica, enfocándose en la penetrante mirada de la chica.
Rápidamente miró hacia abajo, escondiéndose detrás de su denso cabello.
¿Qué estaba pensando? Con el paso del tiempo la frustración parecía estar poniéndose cada vez más aguda, en vez de aliviada. Traté---seguro de que lo que estaba haciendo nunca lo intenté antes---de probar una vez más entrar en su mente. Mi don siempre venía a mi naturalmente, sin pedirlo; nunca tuve que esforzarme para lograrlo. Pero ahora me concentré, tratando de pasar a través de lo que fuera que tenía a su alrededor.
Nada más que silencio.
¿Qué tiene ella de especial? Pensó Jessica, produciendo eco a mi propia frustración.
- Edward Cullen te está mirando - susurró en el oído de la chica Swan, con una risita. No había ningún signo de celosa irritación en su tono de voz. Jessica parecía tener habilidades para fingir amistad.
Escuché, absorto, la respuesta de la chica.
- No parece enojado, ¿verdad? - ella le susurró a Jessica.
Así que, sí había notado mi reacción salvaje de la semana pasada. Por supuesto que lo hizo.
La pregunta confundió a Jessica. Vi mi propio rostro en sus pensamientos mientras inspeccionaba mi expresión, pero no la miré. Aún estaba concentrado en la chica, tratando de escuchar algo. Mi intensa concentración no parecía estar ayudando en nada.
- No. - Le dijo Jess, y yo sabía que deseaba haber podido decir que sí---debió haberle dolido la forma en que la miraba---sin embargo no había rastro de dolor en su voz. - ¿Debería estarlo? -
- Creo que no soy de su agrado - la chica susurró de vuelta, apoyando su cabeza en su brazo como si estuviera repentinamente cansada. Traté de comprender la expresión, pero sólo pude suponer. Tal vez sí estaba cansada.
- A los Cullens no les gusta nadie - Jess le aseguró. - Bueno, tampoco se fijan en nadie lo bastante para que les guste. - Nunca lo hacen. Su pensamiento fue una queja. - Pero te sigue mirando. -
- No le mires - dijo la chica ansiosamente, elevando su cabeza para asegurarse de que
Jessica había obedecido la orden.
Jessica rió nerviosamente, pero obedeció.
La chica no miró otra cosa aparte de la mesa por el resto de la hora. Pensé---aunque, por supuesto, no podía estar seguro---que lo hizo a propósito. Parecía como si ella quisiera mirarme. Su cuerpo giró suavemente en mi dirección, su barbilla comenzó a girar, luego se detuvo, respiró profundo, y miró fijamente a quien quiera que le estaba hablando.
Ignoré la mayor parte de los otros pensamientos alrededor de la chica, como si no fueran, momentariamente, acerca de ella. Mike Newton estaba planeando una pelea de nieve en el aparcamiento para después de clases, sin darse cuenta de que ya había comenzado a llover. El alboroto de los suaves copos de nieve contra el techo se había convertido en más comunes golpeteos de gotas. ¿De verdad él no podía oír eso? A mi me parecía bastante ruidoso.
Cuando terminó la hora del almuerzo, permanecí en mi asiento. Los humanos formaron filas para salir, y yo traté de distinguir el sonido de sus pisadas de entre los demás, como si hubiera algo importante o inusual en ellas. Qué estúpido.
Mi familia no hizo movimiento alguno para salir. Esperaron a ver qué haría yo.
¿Iría a clases, me sentaría a su lado donde podría oler la absurdamente potente esencia de su sangre y sentir el calor de su pulso en el aire, en mi piel? ¿Era lo suficientemente fuerte para eso? ¿O había tenido suficiente por este día?
- Creo...que estará todo bien. - Dijo Alice, vacilante. - Tu mente está decidida.
Creo que lograrás pasar de esta hora.-
Pero Alice sabía bien cuán rápido podía cambiar la mente.
- ¿Por qué forzarte, Edward? - Preguntó Jasper. Aunque el no quería sentirse satisfecho por el hecho de que era yo el débil ahora, podía escuchar eso, sólo un poco. - Ve a casa, tómalo con calma. -
- ¿Cuál es el gran problema? - Emmett discrepó. - Si la mata o no la mata tendrá que superarlo de todas formas. -
- No me quiero mudar aún - Se quejó Rosalie. - No quiero empezar todo de nuevo. Ya casi terminamos el instituto, Emmett. Finalmente. -
Yo me debatía en la decisión. Quería, quería gravemente, enfrentar esto en vez de salir corriendo otra vez. Pero no me quería arriesgar mucho, tampoco. Jasper había cometido un error la semana pasada al pasar tanto tiempo sin cazar; ¿Esto fue solo un insustancial error?
No quería desarraigar a mi familia. Ninguno de ellos me lo agradecería. Pero quería ir a mi clase de Biología. Me di cuenta de que quería ver su rostro otra vez.
Eso era lo que decidía por mi. Esa curiosidad. Estaba enojado conmigo mismo por sentirla. ¿Acaso no me había prometido que no dejaría que el silencio de la mente de la chica me haría sentir indebidamente interesado en ella? Y aún así, aquí estaba, mucho más que indebidamente interesado.
Quería saber qué estaba pensando. Su mente estaba cerrada, pero sus ojos muy abiertos. Quizás podría leerlos en vez de a su mente.
- No, Rose, creo que de verdad estará bien. - Dijo Alice. - Se está...poniendo muy firme.
Estoy un noventa y tres por ciento segura que nada malo va a pasar si él va a clases. – Me miró inquisitivamente, preguntándose qué había cambiado en mis pensamientos que había hecho su visión del futuro más segura.
¿Sería suficiente la curiosidad para mantener viva a Bella Swan?
Emmett tenía razón.---¿Por qué no seguir con esto? Enfrentaría la tentación cara a cara.
- Vayan a clases. - Ordené, alejándome de la mesa. Me giré y me alejé a trancos sin mirar atrás. Podía oír la preocupación de Alice, la censura de Jasper, la aprobación de Emmett
y la irritación de Rosalie, arrastrándose detrás de mí.
Respiré profundo una vez más en la puerta de la sala de clases, y luego sostuve la respiración al caminar dentro del pequeño, cálido espacio.
No estaba atrasado. El Sr. Banner aún estaba preparando el laboratorio de hoy. La chica estaba sentada en mi---en nuestra mesa, con su rostro agachado de nuevo, mirando la carpeta en la que estaba garabateando. Examiné el bosquejo mientras me acercaba, interesado incluso en esta trivial creación de su mente, pero fue en vano. Sólo unos diseños al azar de círculos encima de más círculos. Quizás no se estaba concentrando en el modelo, pero
¿pensando en algo más?
Moví mi silla hacia atrás con innecesaria aspereza, arrastrándola a través del linóleo; los humanos siempre se sienten más cómodos cuando el ruido anuncia que alguien se acerca.
Sabía que ella oiría el sonido; no levantó la vista, pero su mano se distrajo y se salió del esquema que estaba dibujando, dejándolo desequilibrado.
¿Por qué no levantó la vista? Probablemente estaba asustada. Debía asegurarme de dejarla con una diferente impresión esta vez. Hacerla pensar que se había imaginado todo.
- Hola - Dije con aquella voz tranquila que utilizaba cuando quería hacer sentir cómodo a alguien, formando una cortés sonrisa con mis labios de forma que no mostrara ningún diente.
Entonces levantó la mirada, sus grandes ojos marrones lucían asustados---casi
desconcertados---y llenos de silenciosas preguntas. Era la misma expresión que había estado obstruyendo mi visión la semana pasada.
Mientras miraba dentro de esos extrañados y profundos ojos marrones, me dí cuenta que el odio---el odio que imaginé merecía esta chica sólo por el hecho de existir---se había evaporado. Sin respirar, sin sentir su esencia, era difícil creer que alguien tan vulnerable pudiera proyectar tanto odio.
Sus mejillas comenzaron a ruborizarse, y no dijo nada.
Le sostuve la mirada, enfocándome sólo en sus profundas dudas, y traté de ignorar el apetitoso color de su piel. Tenía suficiente aire para hablar por un rato sin inhalar.
- Me llamo Edward Cullen - Dije, aunque sabía que ella ya sabía eso. Era la forma mas cortés de continuar. - No tuve la oportunidad de presentarme la semana pasada. Tú debes ser
Bella Swan. -
Parecía confusa---ahí estaba ese pequeño fruncimiento de ceño entre sus ojos de nuevo.
Le tomó medio segundo más de lo normal en responder.
- ¿Cómo sabes mi nombre? - Preguntó y su voz tartamudeó un poco.
Debo haberla aterrorizado. Eso me hizo sentir culpable; era tan indefensa. Me reí amablemente---fue un sonido que sabía la haría sentir más cómoda. De nuevo, tuve cuidado con mis dientes.
- Creo que todo el mundo sabe tu nombre. - Seguramente se había dado cuenta que se había convertido en el centro de atención de este monótono lugar. - El pueblo entero te esperaba. -
Frunció el ceño como si esta información fuera desagradable. Supongo, que siendo tímida como ella parecía ser, demasiada atención sería algo malo para ella. La mayoría de los humanos sentían todo lo contrario. Aunque ellos no querían permanecer fuera de la manada, al mismo tiempo en que anhelaban proyectar su individual uniformidad.
- No - Dijo. - Me refería a que me llamaste Bella. -
- ¿Prefieres Isabella? - Pregunté, perplejo por el hecho de que no podía ver a dónde quería ir con esta pregunta. No entendía. Seguramente, había dejado clara su preferencia muchas veces su primer día aquí. ¿Todos los humanos eran tan incomprensibles sin el contexto mental como guía?.
- No, me gusta Bella. - Respondió, ladeando su cabeza un poco hacia el lado. Su expresión---si estuviera leyéndola correctamente---se estaba debatiendo entre la vergüenza y la confusión. - Pero creo que Charlie, quiero decir, mi padre, debe de llamarme Isabella a mis espaldas, porque todos me llaman Isabella. - Su piel se oscureció en un rosado intenso.
- Oh - Dije lastimosamente, y rápidamente desvié mi mirada de su rostro.
Entonces me dí cuenta de lo que significaban sus preguntas: Había fallado---cometí un error. Si no hubiera estado tan atento escuchando detrás de las cabezas de todos el primer día en que ella apareció, la hubiera llamado por su nombre completo, como todos los demás. Ella notó la diferencia.
Sentí una punzada de inquietud. Fue muy fácil para ella darse cuenta de mi error. Algo astuta, especialmente para alguien que supuestamente estaba aterrorizada por mi proximidad.
Pero tenía mayores problemas que cualquier sospecha que pudiera tener sobre mi, en su cabeza.
Me faltaba el aire. Si le iba a hablar de nuevo, tendría que inhalar. Sería difícil evitar hablar. Desafortunadamente para ella, compartir esta mesa conmigo la hizo mi compañera de laboratorio, y hoy tendríamos que trabajar juntos. Sería incómodo---e incomprensiblemente grosero de mi parte---ignorarla mientras trabajábamos. Sería más sospechoso y la asustaría más aún.
Me alejé de ella lo más que pude sin mover mi silla, girando mi cabeza afuera hacia el pasillo. Me apoyé, congelando mis músculos en su lugar, y entonces absorbí una rápida bocanada de aire, respirando solamente por la boca.
¡Ahh!
Fué verdaderamente doloroso. Incluso sin olerla, podía sentir su sabor en mi lengua. Mi garganta estaba repentinamente en llamas de nuevo, anhelando absolutamente cada parte de ella tan fuertemente como el primer momento en que capté su esencia, la semana pasada.
Cerré fuertemente mis dientes y traté de recomponerme.
- Empezad - Ordenó el Sr. Banner.
Se sintió como si hubiera puesto en práctica todo mi autocontrol que había guardado en setenta años para volver a mirarla, quien estaba mirando la mesa de nuevo, y sonreír.
- ¿Las damas primero, compañera? - Le ofrecí.
Levantó la mirada a mi expresión y su rostro quedó en blanco, sus ojos se abrieron.
¿Había algo malo en mi expresión? ¿Estaba asustada de nuevo? Ni siquiera habló.
- Puedo empezar yo si lo deseas. - Dije tranquilamente.
- No. - Me dijo, y su rostro pasó del blanco al rojo nuevamente. - Yo lo hago. -
Me quedé mirando el equipo en la mesa, el estropeado microscopio, la caja con las diapositivas, en vez de mirar la sangre arremolinarse bajo su clara piel. Tomé otro rápido respiro, entre mis dientes, e hice una mueca de dolor mientras su sabor me quemaba la garganta.
- Profase. - Dijo rápidamente después de una rápida examinada. Comenzó a remover la diapositiva, aunque apenas la había mirado.
- ¿Te importa si lo miro? - Instintivamente---estúpidamente, como si yo fuera uno de los de su especie---alcancé su mano para detenerla de remover la diapositiva. Por un segundo, el calor de su piel quemó la mía. Fué como una corriente eléctrica---obviamente mucho más caliente que unos pocos grados, noventa y ocho punto seis aproximadamente. El calor pegó en mi mano y luego subió por mi brazo. Ella alejó su mano de la mía.
- Lo siento. - Murmuré entre dientes. Necesitaba algo qué mirar, así que agarré el microscopio y miré rápidamente por el lente. Ella tenía razón.
- Profase. - Asentí.
Todavía estaba muy incómodo como para mirarla. Respirando lo más tranquilamente como me era posible por entre mis dientes y tratando de ignorar la ardiente sed, me concentré en la simple tarea, escribiendo las palabras en la línea apropiada en la hoja, y luego cambiando la primera diapositiva por la segunda.
¿Qué estaría pensando ahora? ¿Qué habrá sentido ella, cuando le toqué la mano? Mi piel debió sentirse fría como el hielo---repulsiva. Con razón estaba tan callada.
Miré la diapositiva.
- Anafase. - Me dije a mi mismo mientras escribía en la segunda línea.
- ¿Puedo? - Preguntó.
La miré, sorprendido de ver que ella estaba esperando expectante, con una mano medio inclinada hacia el microscopio. No se veía asustada. ¿Realmente creía que había respondido mal?
No pude evitar sonreír a la esperanzada mirada en su rostro mientras deslizaba el microscopio hacia ella.
Ella miró por el lente con una impaciencia que pronto se desvaneció. Las esquinas de su boca se inclinaron hacia abajo.
- ¿Me pasas la diapositiva número tres? - Preguntó, manteniendo la vista en el
microscopio, pero sosteniendo una mano hacia afuera. Dejé caer la próxima diapositiva en su mano, procurando que mi piel no fuera a tocar la de ella. Sentarme a su lado fue como sentarme al lado de una estufa. Me podía sentir a mi mismo entibiándome levemente a una temperatura más alta.
No miró mucho tiempo la diapositiva. - Interfase - Dijo en un tono despreocupado--- quizás esforzándose un poco en tratar de sonar así---y empujó el microscopio hacía mí. Ella no tocó el papel, sino que esperó a que yo escribiera la respuesta. Revisé la diapositiva y ella estaba en lo correcto, de nuevo.
Y así terminamos la tarea, hablando una palabra a la vez y sin mirarnos en ningún momento. Éramos los únicos que habíamos terminado---los demás estaban teniendo serios problemas con la tarea. Mike Newton parecía tener problemas concentrándose---estaba tratando de mirar qué hacíamos Bella y yo.
Desearía que se hubiera quedado a donde quiera que fue, pensó Mike, dirigiendo hacia mí una mirada furiosa. Hmm, interesante. No me había dado cuenta que este chico había comenzado a guardarme cierto rencor. Y aún más interesante, encontré---para mi sorpresa--- que el sentimiento era mutuo.
Miré nuevamente a la chica, desconcertado por la amplia gama de estrago y agitación que, a pesar de ser tan común y de una apariencia poco amenazadora, ella estaba causando en mi vida.
Tampoco era que yo no pudiera ver a qué se refería Mike. En verdad ella era algo bonita...en una forma inusual. Mejor que ser bella, su rostro era interesante. No absolutamente simétrico---su delgada barbilla fuera de balance con sus anchos pómulos; incluso en el color---la luz y la sombra contrastaban en su rostro y su cabello; y sus ojos, rebosantes de silenciosos secretos...
Ojos que repentinamente se clavaron en los míos.
La miré fijamente, tratando de adivinar al menos un secreto.
- ¿Acabas de ponerte lentillas? - Me preguntó abruptamente.
Que pregunta más extraña. - No - Casi sonreí a la idea de mejorar mi vista.
- Oh. - Musitó. - Te veo los ojos distintos. -
Me sentí extrañamente helado de nuevo al darme cuenta de que aparentemente no era el único tratando de averiguar secretos el día de hoy.
Me encogí, mis hombros se enderezaron, y miré adelante en donde el profesor estaba haciendo sus rondas.
Por supuesto que había algo diferente en mis ojos desde la última vez que ella los vio. Al prepararme para esta dura prueba, para esta tentación, pasé todo el fin de semana cazando, saciando mi sed todo lo posible, exagerando en realidad. Me harté de sangre de animales, no es que hiciera mucha diferencia en el indignante sabor flotando a su alrededor. La última vez que la miré mi ojos estaban negros por la sed. Ahora, con mi cuerpo satisfecho de sangre, mis
ojos eran de un cálido dorado. Ambar claro con mi excesiva tentativa para apagar mi sed.
Otro error. Si hubiera sabido a lo que se refería con su pregunta, le hubiera dicho que sí.
Me he sentado entre humanos por dos años en este instituto, y ella ha sido la primera en examinarme lo bastante cerca para darse cuenta del color de mis ojos. Los demás, mientras admiraban la belleza de mi familia, tienden a mirar hacia otro lado rápidamente en cuanto los miraba. Ellos se alejaban, bloqueando los detalles de nuestra apariencia con un instintivo esfuerzo por mantenerse fuera de tratar de entender. Ignorancia era la dicha de la mente humana.
¿Por qué tenía que ser justamente ella la que se diera cuenta?
El Sr. Banner se acercó a nuestra mesa. Agradecido inhalé la brisa de aire limpio que trajo con él antes de que se mezclara con su esencia.
- En fin, Edward - dijo, mirando nuestras respuestas, - ¿No crees que deberías dejar que
Isabella también mirase por el microscopio? -
- Bella - Lo corregí automáticamente. - En realidad, ella identificó tres de las diapositivas.
Los pensamientos del Sr. Banner eran escépticos mientras se giraba para mirar a la chica.
- ¿Has hecho antes esta práctica de laboratorio? -
La observé, absorto, mientras ella sonreía, luciendo algo avergonzada.
- Con la raíz de una cebolla, no.
- ¿Con una blástula de pescado blanco? - Preguntó el Sr. Banner.
- Sí.
Esto lo sorprendió. El laboratorio de hoy era algo que había planeado para un curso más avanzado. El cabeceó cuidadosamente. - ¿Estabas en un curso avanzado en Phoenix?. -
- Sí. -
Entonces, ella estaba avanzada, inteligente para un humano. Esto no me sorprendió.
- Bueno - El Sr. Banner dijo después de una pausa. - Supongo que es bueno que ambos seáis compañeros de laboratorio - Giró y se alejó de nosotros murmurando, - Así los otros chicos tienen la oportunidad de aprender algo por sus propios medios. - casi en un susurro.
Dudo mucho que la chica lograra oír algo. Ella comenzó a garabatear círculos en su carpeta de nuevo.
Dos fallas en media hora. Una mala impresión de mi persona. Aunque no tenía idea de lo que ella pensaba de mí---¿qué tan asustada estaba, qué era lo que sospechaba?---sabía que necesitaba un mayor esfuerzo para dejarla con una nueva y mejor impresión de mí. Algo para borrar de su memoria nuestro feroz último encuentro.
- Es una lástima, lo de la nieve, ¿no? - Dije, repitiendo la pequeña conversación que había oído a una docena de estudiantes hoy. Una aburrida, típica conversación. El clima--- siempre seguro.
Ella me miró con una obvia duda en sus ojos---una reacción anormal a mis normales palabras. - En realidad, no - me dijo, sorprendiéndome de nuevo.
Traté de guiar la conversación de vuelta a unos campos más seguros. Ella venía de un lugar mucho más brillante y cálido---su piel parecía reflejar todo eso de alguna manera, a pesar de su imparcialidad---y el frío debe incomodarle. Mi helado contacto seguramente lo hizo...
- A ti no te gusta el frío - Adiviné.
- Tampoco la humedad - Asintió.
- Para ti, debe de ser difícil vivir en Forks. - Quizás no debiste haber venido aquí, quise agregar. Quizás debieras volver a donde perteneces.
En todo caso, no estaba seguro de que fuera eso lo que yo quería. Siempre recordaría la esencia de su sangre---¿había alguna garantía de que eventualmente no la seguiría? Además,
si ella se fuera, su mente sería por siempre un misterio para mí. Un constante, persistente rompecabezas.
- Ni te lo imaginas. - dijo en una baja voz, frunciendo un poco el ceño.
Sus respuestas nunca eran lo que yo esperaba. Me hacían querer preguntar más cosas.
- En tal caso, ¿por qué viniste aquí? - Pregunté, notando instantáneamente que el tono de mi voz era algo acusador, no tan casual para una conversación. La pregunta sonó descortés, entrometida.
- Es...complicado. -
Ella parpadeó, dejando la conversación inconclusa, y yo casi exploté de la curiosidad---la curiosidad quemaba tanto como la sed en mi garganta. En realidad, noté que se estaba haciendo mucho más fácil respirar; la agonía se había convertido en algo mucho más familiar.
- Creo que voy a poder seguirte. - Insistí. Quizás una común cortesía la mantendría respondiendo mis preguntas mientras yo no fuera demasiado grosero al preguntarlas.
Ella miraba sus manos silenciosamente. Esto me hizo sentir impaciente; quería poner mi mano debajo de su barbilla y obligarla a mirarme para así poder leer sus ojos. Pero sería estúpido de mi parte---peligroso---tocar su piel otra vez.
Repentinamente levantó la vista. Fue un alivio poder ver las emociones en sus ojos de nuevo. Habló muy rápido, se le confundían las palabras.
- Mi madre se ha casado. -
Ah, esto era lo suficientemente humano para poder entenderlo. La tristeza pasó por sus claros ojos y trajo de vuelta el ceño fruncido.
- No me parece tan complicado - Discrepé. Mi voz sonó gentil sin esforzarme para que así fuera. Su tristeza me hacía sentir extrañamente desamparado, deseando poder hacerla sentir mejor. Un impulso extraño. - ¿Cuándo ha sucedido eso? -
- El pasado mes de Septiembre - Dijo con un suspiro. Contuve la respiración mientras su cálido aliento rozaba mi rostro.
- Pero él no te gusta. - Supuse, tratando de conseguir más información.
- No, Phil es un buen tipo. - dijo, corrigiendo mi suposición. Había un rastro de una sonrisa alrededor de sus labios. - Demasiado joven, quizá, pero amable. -
Esto no encajaba en el escenario que había estado construyendo en mi cabeza.
- ¿Por qué no te quedaste con ellos? - Pregunté, mi voz sonó demasiado curiosa. Sonó como si estuviera siendo entrometido. Aunque debo admitir que lo era.
- Phil viaja mucho. Es jugador de béisbol profesional. - La pequeña sonrisa se hizo más pronunciada; la elección de esta carrera parecía ser divertida para ella.
Yo también sonreí, sin pensarlo. No estaba tratando de hacerla sentir mejor. Su sonrisa sólo me hizo sonreír en respuesta---para unirme a su secreto.
- ¿Debería sonarme su nombre? - Recorrí todos las listas de jugadores profesionales en mi cabeza, preguntándome cual de todos era su Phil...
- Probablemente no. No juega bien. - Otra sonrisa. - Sólo compite en la liga menor. Pasa mucho tiempo fuera. -
Las listas en mi cabeza se desvanecieron instantáneamente, y tabulé una lista de posibilidades en menos de un segundo. Al mismo tiempo, me estaba imaginando un nuevo escenario.
- Y tu madre te envió aquí para poder viajar con él. - Dije. Al hacer suposiciones parecía conseguir más información que al hacer preguntas. Funcionó de nuevo. Su barbilla sobresalió, y su expresión de pronto se tornó obstinada.
- No, no me envió aquí. - Dijo, y su voz tenía una nueva y fuerte protección. Mi
suposición la había molestado, sólo que no podía ver cómo. - Fue cosa mía. -
No podía adivinar a qué se refería, o la fuente de su despecho. Estaba totalmente perdido.
Así que me rendí. Ella simplemente no tenía sentido. Ella no era como otros humanos. Tal vez el silencio de sus pensamientos y el perfume de su esencia no eran la única cosa inusual en ella.
- No lo entiendo. - Admití, odiando tener que rendirme.
Ella suspiró, y me sostuvo la mirada por mucho más tiempo que la mayoría de los humanos normales podían soportar.
- Al principio, mamá se quedaba conmigo, pero le echaba mucho de menos. – explicó lentamente, su tono se iba volviendo más desesperado con cada palabra. - La separación la hacía desdichada, por lo que decidí que había llegado el momento de venir a vivir con Charlie.
-El pequeño fruncimiento de su ceño se profundizó.
- Pero ahora, tu eres desgraciada. - Murmuré. No podía parar de hablar de mis hipótesis, esperando aprender más de sus reacciones. Esta, sin embargo, no parecía muy lejana de reconocer.
- ¿Y? - dijo, como si esto no fuera un aspecto que debiera considerarse.
Continué mirándola, sintiendo que finalmente había obtenido mi primera ojeada real dentro de su alma. Ví en esa sola palabra dónde se estaba ubicando a ella misma entre sus propias prioridades. Al contrario de la mayoría, sus propias necesidades estaban al final de la lista.
Ella estaba lejos de ser egoísta.
Mientras veía esto, el misterio de la persona escondida dentro de esta silenciosa mente comenzó a aclararse un poco.
- No parece demasiado justo. - Le dije. Me encogí, tratando de parecer casual, tratando de encubrir la intensidad de mi curiosidad.
Ella se rió, pero no había alegría en aquél sonido. - ¿Es que no te lo ha dicho nadie? La vida no es justa.
Quería reírme a sus palabras, pero yo tampoco sentía alegría. Sabía un poco sobre la injusticia de la vida. - Creo haberlo oído antes. -
Me miró, pareciendo confusa de nuevo. Sus ojos oscilaron lejos y luego volvieron a mirarme.
- Bueno, eso es todo. - me dijo.
Pero no estaba listo para dejar que esta conversación terminara. La pequeña V entre sus ojos, un resto de su tristeza, me molestó. Quería alisarlo con mis dedos. Pero, por supuesto, no podía tocarla. Era inseguro en tantas maneras.
- Das el pego, - hablé lentamente, todavía considerando esta próxima hipótesis. – pero apostaría a que sufres más de lo que aparentas.
Hizo una mueca, sus ojos se achicaron y su boca se dobló formando un puchero, y luego desvió la vista hacia el frente de la clase. No le gustaba cuando adivinaba correctamente. Ella no era el mártir promedio---no quería una audiencia a su dolor.
- ¿Me equivoco? -
Se estremeció levemente, pretendiendo ignorarme.
Eso me hizo sonreír. - Creo que no. -
- ¿Y a ti qué te importa? - exigió, aún mirando hacia adelante.
- Muy buena pregunta. - Admití, más a mi mismo que respondiéndole.
Su perspicacia era mejor que la mía---ella fue directo al grano mientras yo me andaba en rodeos, caminando como un ciego buscando pistas. Los detalles de su muy humana vida no debían importarme. Era un error preocuparme de qué pensaba. Mas allá de proteger a mi familia de la sospecha, los pensamientos humanos no significaban nada.
No estaba acostumbrado a ser el menos intuitivo. Confiaba demasiado en mi don--- claramente no era tan perceptivo como pensaba.
La chica suspiró y lanzó una mirada fulminante hacia el frente de la clase. Había algo gracioso en su expresión frustrada. Toda la situación, toda la conversación era graciosa. Nunca nadie había estado tan cerca del peligro como esta pequeña niña---en cualquier momento podría distraerme por mi ridícula absorción en la conversación, inhalar por mi nariz y atacarla antes de que me pudiera detener---y ella estaba irritada porque no le había respondido a su pregunta.
- ¿Te molesto? - pregunté, sonriendo a lo absurdo de la situación.
Me miró rápidamente, y sus ojos parecieron estar atrapados bajo mi mirada.
- No exactamente, - me dijo. - Estoy más molesta conmigo. Es fácil ver lo que pienso. Mi madre me dice que soy un libro abierto. -
Se encogió, contrariada.
La miré asombrado. La razón por la que ella estaba molesta era porque creía que podía ver a través de ella demasiado fácil. Qué irónico. Nunca me había esforzado tanto por entender a alguien en toda mi vida---o mejor dicho, mi existencia, porque vida difícilmente era la palabra correcta.
Yo en realidad no tenía una vida.
- Nada de eso. - Discrepé, sintiéndome extrañamente...cuidadoso, como si hubiera algún peligro escondido aquí que no fuera capaz de ver. Estaba repentinamente alerta, la premonición me había puesto ansioso. - Me cuesta leerte el pensamiento.-
- Ah, será que eres un buen lector de mentes. - contestó, creando su propia teoría, que otra vez, era cierta.
- Por lo general, sí.
Le sonreí abiertamente, dejando que mis labios de encogieran mostrando las filas de destelleantes, y filosos dientes detrás de ellos.
Fue algo muy estúpido, pero estaba abrupta e inesperadamente desesperado por obtener algún tipo de advertencia a través de ella. Su cuerpo estaba más cerca del mío que hace un momento, habiendo girado inconscientemente en el curso de nuestra conversación. Todas las pequeñas señales que hubieran sido suficientes para asustar al resto de la humanidad no parecían funcionar con ella. ¿Por qué no se alejaba de mí, corriendo aterrorizada? Obviamente ella había visto lo suficiente de mi lado oscuro para darse cuenta del peligro, intuitivamente como parecía ser.
No alcancé a fijarme si mi advertencia había tenido el efecto correcto. El Sr. Banner llamó la atención de la clase justo en ese momento y ella desvió su atención de mí inmediatamente.
Parecía un poco aliviada por la interrupción, así que quizá lo entendió inconscientemente.
Espero que lo haya hecho.
Reconocí la fascinación creciendo dentro de mí, incluso cuando traté de arraigarla. No me podía permitir encontrar interesante a Bella Swan. O mejor, ella no podía permitir eso. Ya estaba ansioso por otra oportunidad de hablar con ella. Quería saber más de su madre, su vida antes de venir aquí, su relación con su padre. Todos los insignificantes detalles que hicieran aflorar mucho más su carácter. Pero cada segundo que pasé con ella fue un error, un riesgo que ella no debería tomar.
Distraídamente, sacudió su cabello justo en el momento en que me había permitido respirar. Una particular brisa concentrada de su esencia me golpeó en la garganta.
Fue como el primer día---como la bola de una grúa de demolición. El dolor de la
quemazón me hizo sentir mareado. Me tuve que agarrar a la mesa para mantenerme en mis casillas, otra vez. Esta vez, tenía un poco más de control. Al menos, no rompí nada. El monstruo gruñó dentro de mí, pero no hubo ningún placer en mi dolor. Estaba demasiado bien controlado. Por el momento.
Paré de respirar, y me alejé de ella lo más que pude, todo al mismo tiempo.
No, no me podía permitir encontrarla fascinante. Mientras más interesante la encontraba, era más probable de que la matara. Ya había cometido dos errores el día de hoy. ¿Cometería un tercero, uno que no fuera insignificante?.
Tan pronto en cuanto sonó la campana, huí del salón de clases---probablemente destruyendo cualquier impresión de cortesía que había construido a medias en el transcurso de esta hora. Otra vez, jadeé al limpio, y húmedo aire de afuera como si fuera una poción sanadora. Me apuré a tomar mucha distancia entre la chica y yo, lo más posible.
Emmett me esperó fuera de la clase de Español. Leyó mi salvaje expresión al instante.
¿Cómo te fue? Me preguntó cauteloso.
- Nadie murió. - Murmuré.
Supongo que eso es algo. Cuando vi a Alice allí zanjando la cuestión, pensé...
Mientras caminábamos a la clase, vi en su memoria de tan solo unos momentos atrás, mirando por la puerta abierta de su última clase: Alice caminando enérgicamente con el rostro en blanco a través del patio hacia el edificio de ciencias. Sentí su urgencia por levantarse y acompañarla, y luego su decisión de quedarse allí. Si Alice necesitara ayuda, la habría
pedido...
Cerré mis ojos horrorizado y disgustado mientras me sentaba. - No me había dado cuenta que había estado así de cerca. No pensé que fuera a...No noté que fuera a ser tan grave. - Susurré
No lo fue, me aseguró nuevamente. Nadie murió, ¿verdad?
- Correcto. - Le dije entre dientes. - Esta vez, no.-
Quizá con el tiempo será todo más fácil.
- Seguro. -
O, tal vez la matarás. Se encogió. No serías el primero en meter la pata. Nadie te juzgará. A veces una persona sólo huele demasiado bien. Estoy impresionado que hayas durado tanto.
- No estás ayudando, Emmett -
Estaba atónito con su aceptación de la idea de que en realidad mataría a la chica, que era inevitable. ¿Acaso era su culpa que oliera tan bien?
Sólo sé, que cuando me pasó a mi..., recordó, llevándome atrás con él medio siglo, a un oscuro callejón, donde una mujer de mediana edad estaba quitando unas sábanas secas de una cadena amarrada entre unos manzanos. La esencia de las manzanas colgaba fuertemente en el aire---la cosecha había terminado y las frutas rechazadas fueron dispersadas en el piso, los moretones en su piel soltando su fragancia en densas nubes. Un fresco campo de césped
era el fondo a esa esencia, una armonía. Él caminó ladera arriba, olvidando a la mujer por completo, en un recado de Rosalie. El cielo arriba era de un color púrpura, y anaranjado por encima de los árboles. Él hubiera continuado con el mandato y no hubiera habido razón alguna para recordar aquella tarde, excepto por una repentina brisa nocturna que hizo volar las sábanas blancas como velas de un barco y aventó la esencia de la mujer directo al rostro de
Emmett. - Ah - gemí silenciosamente. Como si el recuerdo de mi propia sed no fuera suficiente.
Lo sé. No duré ni medio segundo. Ni siquiera pensé en resistirme.
Su memoria se volvió demasiado explícita para soportarlo.
Me puse de pie, mis dientes fuertemente cerrados como para cortar acero con ellos.
- ¿Está bien, Edward? - Preguntó la señora Goff, asustada por mi repentino movimiento.
Podía ver mi rostro en su mente, y sabía que me veía lejos de estar bien.
- Me perdona - Murmuré, mientras me lanzaba puerta afuera.
- Emmett---por favor, puedas tu ayudar a tu hermano? - ella preguntó, gesticulando desamparada hacia mi mientras salía del salón de clases. **(nótese que las preguntas de la profesora Goff no están mal traducidas. Están tal cual como en la lectura en inglés. Ella es profesora de Español, pero obviamente su español no es muy perfecto que digamos...)
- Seguro - Lo oí decir. Y entonces estaba justo a mi lado.
Me siguió hasta el lugar más lejano del edificio, en donde me alcanzó y puso su mano en mi hombro.
Sacudí su mano con una fuerza innecesaria. Habría roto los huesos de la mano de un humano, y los huesos unidos al brazo también.
- Lo siento, Edward -
- Lo sé. - solté profundos gritos ahogados al aire, tratando de aclarar mi cabeza y mis pulmones.
- ¿Tan malo es? - preguntó, tratando no pensar en la esencia y el sabor de su memoria mientras preguntaba, pero sin conseguirlo.
- Peor, Emmett, peor. -
Se quedó tranquilo un momento.
Tal vez...
- No, no sería mejor si terminara con esto de una vez. Vuelve a clases, Emmett. Quiero estar solo. -
Se dio vuelta sin decir una palabra o pensamiento y se alejó rápidamente. Le diría a la profesora de Español que yo estaba enfermo, o desertando, o un vampiro peligrosamente fuera de control. ¿Esta excusa realmente importaba? Quizás no volvería. Tal vez debía irme.
Fui a mi auto de nuevo, a esperar que terminaran las clases. A esconderme. De nuevo.
Debería haber pasado mi tiempo tomando decisiones o tratando de reafirmar mi resolución, pero, como un adicto, me encontré buscando entre la interferencia de pensamientos emanando desde los edificios del instituto. Las familiares voces sobresalieron, pero no estaba interesado en escuchar las visiones de Alice o las quejas de Rosalie en este momento. Encontré a Jessica fácilmente, pero la chica no estaba con ella, así que continué buscando. Los pensamientos de Mike Newton captaron mi atención, y la localicé al fin, en el
gimnasio con él. Él no estaba contento, porque yo había hablado con ella hoy en biología. El estaba caldeando el terreno sobre la respuesta de ella cuando de pronto trajo el tema...
Nunca lo había visto hablar con nadie más de una palabra aquí o allá. Por supuesto que él decidiría encontrar interesante a Bella. No me gusta la forma en que la mira. Pero ella no parece muy emocionada con él. ¿Que fue lo que dijo? "Me preguntó qué bicho le habrá picado el lunes pasado". Algo así. No sonó como que le importara. No pudo haber sido una gran conversación...
Hablaba solo de su pesimismo. Animado por la idea de que Bella no estaba interesada en su intercambio conmigo. Esto me molestó un poco más de lo aceptable, así es que paré de escucharlo.
Puse un CD de música violenta en el estéreo, y luego subí el volumen hasta que ahogó las otras voces. Me tenía que concentrar en la música con todas mis fuerzas para no volver a entrometerme en los pensamientos de Mike, para espiar a la insospechada chica...
Hice trampa un par de veces, mientras la hora llegaba a su cierre. Sin espiar, traté de convencerme. Me estaba preparando. Quería saber el momento exacto en que ella saliera del gimnasio, cuando llegara al aparcamiento. No quería que me tomara por sorpresa.
Mientras los estudiantes comenzaban a salir por las puertas del gimnasio, salí de mi auto, sin saber por qué. La lluvia era suave---ignoré como lentamente mojaba mi cabello.
¿Quería que ella me viera aquí? ¿Acaso esperaba esperanzado a que ella se acercara a hablarme? ¿Qué diablos estaba haciendo?
No me moví, pero intenté convencerme de volver al auto, sabiendo que mi
comportamiento era reprensible. Mantuve mis brazos cruzados en mi pecho y respiré muy bajo mientras la miraba caminar lentamente hacia mi, su boca se dobló hacia abajo en las esquinas.
No me miró. Un par de veces miró las nubes con una mueca, como si las nubes la hubieran ofendido.
Estaba decepcionado cuando alcanzó su auto antes de que me pasara. ¿Me habría hablado? ¿Le habría hablado yo a ella?
Se metió en su desteñido monovolumen Chevy, un desarraigado almanaque que era más viejo que su padre. La miré mientras encendía su camioneta---el viejo motor rugió más fuerte que cualquier otro vehículo en el lote---y entonces sostuvo sus manos hacia las rejillas de la calefacción. El frío era incómodo para ella---no le gustaba. Peinó su cabello con sus dedos, acercando mechones a la ráfaga de aire caliente como si estuviera tratando de secarlo.
Imaginé cómo olería la cabina de esa camioneta, y rápidamente aborté el pensamiento.
Ella miró alrededor preparándose para retroceder, y finalmente se encontró con mi mirada. Me miró casi por medio segundo, y todo lo que pude ver en sus ojos fue sorpresa antes de que girara su mirada hacia la parte trasera de la camioneta fallando en una colisión con el compacto de Erin Teague sólo por unos centímetros.
Miró por el retrovisor, su boca estaba abierta con disgusto. Cuando el otro vehículo la pasó de largo, ella revisó todos los puntos del blindaje dos veces y luego avanzó de a poco tan cautelosamente hasta salir del aparcamiento, que me hizo hacer una mueca. Era como si ella pensara que era peligrosa en su decrépita camioneta.
El pensamiento de Bella Swan siendo peligrosa para cualquiera, no importaba qué estuviera conduciendo, me hizo reír mientras la chica me pasaba, mirando fijamente al frente.
sábado, 1 de noviembre de 2008
viernes, 24 de octubre de 2008
CAPÍTULO 1-PRIMER ENCUENTRO
Éste era el momento del día en el que más deseaba ser capaz de dormir.
El instituto.
¿O sería más apropiado emplear el término «purgatorio»? Si existía algún modo de purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo que menos me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada día me resultaba más monótono que el anterior. Supongo que ésta era mi manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre periodos activos.
Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de la cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces que parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río. Ignoré el centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo, seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez. Hoy, todos los pensamientos se concentraban
en el trivial acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo de alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto pasar repetido el nuevo rostro de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos posibles. Sólo era otra chica humana. La excitación que había causado su aparición resultaba predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño.
La mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya enamorándose de ella, sólo porque era algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.
Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la ausencia de intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo evitarlo.
Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así... me entero de cosas.
Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había captado su reflejo en las gafas de sol de alguien y se regodeaba en su propia perfección. La mente de Rosalie era un charco poco profundo de escasas sorpresas.
Emmett estaba que echaba chispas después de haber perdido un combate de lucha libre con Jasper la noche anterior.
Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de las clases y organizar la revancha. Nunca he sentido que me entrometía en sus pensamientos porque nunca ha pensado nada que no pudiera decir en voz alta o poner en práctica. Sólo me siento culpable al leer la mente de los demás cuando me consta que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si la mente de Rosalie es un charco poco profundo, la de Emmett es un lago sin sombras, tan transparente como el cristal.
Y Jasper estaba... sufriendo. Reprimí un suspiro. Edward. Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.
Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta.Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me habían puesto. Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward…
En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban muy bien esas conversaciones privadas, y era raro que nos pillaran durante las mismas. Mantuve la mirada fija en las líneas que se formaban en el enlucido.
¿Cómo lo lleva?, me preguntó.
Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente la posición de la boca, nada que pudiera alertar a los otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por aburrimiento.
El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que vigilaba a Jasper con su visión periférica. ¿Hay algún peligro? Ladeé la cabeza hacia la izquierda muy despacio, como si contemplara los ladrillos de la pared, suspiré, y luego me volví hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo. Sólo Alice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza.
Ella se relajó. Avísame si la cosa se pone fea.
Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego abajo.
Gracias por ayudarme con esto.
Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. ¿Qué le podría haber dicho? ¿«Encantado»? En realidad no era así. No disfrutaba asistiendo al debate interior de Jasper ¿Era necesario pasar por todo esto? ¿No era un camino más seguro admitir
simplemente que él nunca sería capaz de controlar su problema con la sed como los demás, en lugar de tentar continuamente sus límites? ¿Por qué coquetear con el desastre? Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición de caza. No era un periodo de tiempo excesivamente insoportable para el resto de nosotros. Algo incómodo a veces, si un humano caminaba muy cerca de nosotros o si el viento soplaba del lado equivocado. Pero los humanos rara vez se aproximan a nosotros. El instinto les dice lo que sus mentes conscientes difícilmente comprenderían: que somos peligrosos.
Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo. Una chica bajita se detuvo en un extremo de la mesa más próxima a la nuestra para hablar con un amigo. Se pasó los dedos entre el pelo corto, color arena, y sacudió la cabeza. Justo en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su aroma en nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma en que me hacía sentir el olor: sequedad y dolor en la garganta, un agujero anhelante en el estómago, un agarrotamiento instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña en la boca…
Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar; pero hoy resultaba más duro al tener los sentidos agudizados y notarlo todo por duplicado: la sed se multiplicaba al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no sólo la mía.
Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando…Imaginaba que se levantaba del lado de Alice y se paraba al lado de la chica. Pensaba en inclinarse como si le fuera a susurrar algo al oído y dejar que sus labios rozaran el arco de su garganta. Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo de su pulso debajo de la fina piel que sentiría bajo su boca…Propiné una patada a la silla de Jasper.
Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego él bajó la suya. Pude escuchar cómo se enfrentaban en su interior la culpa y la rebeldía.
—Lo siento —musitó.
Me encogí de hombros.
—No ibas a hacer nada —murmuró Alice en un intento de mitigar el disgusto de Jasper—. Lo vi.
Reprimí la mueca que hubiera echado por tierra la mentira de Alice; ella y yo debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba fácil para ninguno de los dos oír voces y tener visiones del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo eran de por sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.
—Pensar en ellos como personas ayuda un poco —sugirió Alice con voz aguda y musical, demasiado baja y rápida para que la escucharan los oídos humanos—. Se llama Whitney y tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su madre invitó a Esme a aquella fiesta en el jardín, ¿te acuerdas?
—Sé quién es —contestó Jasper secamente.
Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas bajo el alero a lo largo del muro que rodeaba la gran habitación. El tono de su voz puso fin a la conversación.
Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche. Era ridículo enfrentar esa clase de riesgos, intentar demostrar entereza y mejorar la resistencia. Jasper tendría que asumir sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran los más apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido; no podría adaptarse a él.
Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la bandeja de comida —un atrezo, en realidad—y dejándole solo.
Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo dejar de hacerlo. Aunque era más evidente que Rosalie y Emmett mantenían una relación, Alice y Jasper se conocían tan bien que sentían los estados de ánimo del otro como si fueran propios.
Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque sólo fuera entre ellos.
Edward Cullen.
Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie lo hubiera pronunciado en voz alta, sólo lo había pensado. Mi mirada se encontró durante una breve fracción de segundo con la de un par de enormes ojos marrones, de color chocolate, unos ojos humanos en medio de un rostro pálido, con forma de corazón. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca con mis propios ojos. Era el tema más destacado del día en todas las mentes: la nueva alumna, Isabella Swan, la hija del jefe de policía de la ciudad, que había venido a vivir aquí por algún cambio en su situación familiar. Bella. Hasta ahora había corregido a todo el mundo que se dirigía a ella por su nombre completo…
Miré a lo lejos, aburrido. Me llevó un segundo darme cuenta de que ella no había sido la persona que había pensado en mi nombre.
Por supuesto, Bella ya se ha quedado alucinada con los Cullen, oí cómo continuaba el primer pensamiento que había oído.
Identifiqué la «voz» como la de Jessica Stanley. Había pasadoya un tiempo desde que me incordió por última vez con su charloteo interno. Qué alivio sentí cuando ella superó ese desdichado encaprichamiento. Había sido casi imposible escapar de sus constantes y ridículas ensoñaciones. Me dieron ganas en aquel momento de explicarle con toda exactitud lo que podría haber ocurrido si mis labios, y los dientes detrás de ellos, se hubieran encontrado cerca de ella. Esto habría silenciado cualquier tipo de molestas fantasías con bastante rapidez. Pensar en su reacción casi consiguió arrancarme una sonrisa.
Le iría bien engordar un poco, continuó Jessica. En realidad, ni siquiera es guapa. No entiendo por qué Eric la mira tanto... o Mike.
Hizo una mueca mental de dolor al pensar en el último nombre. El nuevo capricho de Jessica, el súper popular Mike Newton, no sabía ni que ella existía. Sin embargo, no parecía tan insensible a la chica nueva. Otra vez la historia del chico fascinado por un objeto brillante. Aquello dio un giro mezquino a los pensamientos de Jessica, aunque en apariencia se mostraba cordial con la recién llegada mientras le explicaba lo que todos sabían sobre mi familia. La nueva seguramente habría preguntado por nosotros.
Aunque hoy todo el mundo me mira a mí también, pensó Jessica muy pagada de sí misma, en un aparte. Ha sido una verdadera suerte que Bella compartiera dos clases conmigo... Apuesto a que luego Mike querrá preguntarme qué tal es...
Intenté bloquear el absurdo parloteo antes de que sus superficiales e insignificantes pensamientos me volvieran loco.
—Jessica Stanley le está sacando a la Swan, la chica nueva, todos los trapos sucios del clan Cullen —le murmuré a Emmett, para distraerme, que se rió entre dientes y pensó: Espero que lo esté haciendo bien.
—En realidad, es bastante poco imaginativa. Sólo le ha dado un toque escandaloso, nada más. Ni una pizca de terror.
Me siento un poco decepcionado.
¿Y la chica nueva? ¿También se siente ella decepcionada con el chismorreo?
Presté atención a ver si escuchaba lo que esta chica nueva, Bella, pensaba de la historia de Jessica. ¿Qué vería cuando se fijara en la extraña familia con la piel del color de la tiza, de la que se apartaban todos?
En cierta manera era cuestión de responsabilidad por mi parte conocer su reacción. Yo actuaba de vigía, a falta de un nombre mejor, para proteger a la familia. Si alguien empezara a concebir sospechas, yo los avisaría con tiempo suficiente para poder quitarnos de en medio con facilidad. Había ocurrido de vez en cuando que algún humano con una imaginación despierta nos había identificado con los personajes de un libro o una película. La mayoría de las veces se convencía de su error, pero era mejor trasladarse a otro lugar que arriesgarse a un examen. Rara vez, muy rara vez, alguien adivinaba la verdad y no le concedíamos la oportunidad de comprobar su hipótesis.
Simplemente desaparecíamos, para convertirnos como mucho en un recuerdo aterrador…
No escuché nada por más que fijé la atención en el lugar contiguo al cual continuaba fluyendo de forma compulsiva el frívolo monólogo interno de Jessica. Era como si allí no se sentara nadie. ¡Qué curioso!, ¿se habría ido la chica? No parecía probable, ya que Jessica seguía dándole la brasa. Miré hacia allí para comprobarlo, sintiéndome confuso. Comprobar con la vista lo que mi sentido extrasensorial me decía era algo que nunca antes había tenido que hacer.
Mi mirada se trabó de nuevo en esos grandes ojos marrones.
Ella se sentaba en el mismo lugar que antes, y nos miraba, algo natural, supuse, mientras Jessica continuaba regalándole los oídos con los chismorreos locales sobre los Cullen. Pensar sobre nosotros, sin duda, era algo natural. Pero no oía ni un susurro siquiera. Mientras bajaba la mirada, un tentador rubor de un rojo cálido invadió sus mejillas, diferente al de la vergüenza que se siente cuando te han sorprendido mirando fijamente a un desconocido. Era estupendo que Jasper aún estuviera mirando por la ventana. No quería imaginarme lo que ese natural flujo de sangre supondría para su autocontrol.
Las emociones se mostraban tan transparentes en su cara que parecía llevarlas escritas en la frente: sorpresa —como si de forma inconsciente hubiera detectado indicios de las sutiles diferencias entre su naturaleza y la mía—, curiosidad mientras escuchaba la historia de Jessica, y algo más... ¿fascinación?
No sería ésta la primera vez. Éramos hermosos a los ojos de los hombres, nuestras presas potenciales. Y al final, por fin, vergüenza por haberla pillado mirándome.
Aun a pesar de que había mostrado con tal claridad los sentimientos en sus extraños ojos, extraños por lo profundos, de color marrón, que de tan oscuros casi parecían opacos, no oía nada más que silencio en el lugar donde ella se sentaba. Nada en absoluto.
Me sentí incómodo durante unos momentos. Nunca me había encontrado con nada similar. ¿Me pasaba algo malo?
Me notaba exactamente igual que siempre. Preocupado, presté aún más atención.
De pronto, empezaron a gritar en mi cabeza todas las voces de alrededor que había contenido hasta ese momento.
Me pregunto qué música le gustará... Quizás podría mencionar ese nuevo CD..., pensaba Mike Newton, dos mesas más allá, concentrado en Bella Swan.
Eric Yorkie refunfuñaba mentalmente con sus pensamientos girando también alrededor de la nueva. Hay que ver cómo la mira. No le basta con tener a más de la mitad de las chicas del instituto pendientes de él.
Es vergonzoso. Cualquiera pensaría que es famosa o algo por el estilo... La mira incluso Edward Cullen... Lauren Mallory estaba tan celosa que, en realidad, su rostro debería haber tenido el color del jade oscuro. Y Jessica, haciendo ostentación de su nueva mejor amiga. Qué gracia... La mente de la chica continuó escupiendo vitriolo.
Apuesto a que todo el mundo le ha preguntado eso. Pero me gustaría hablar con ella. He de pensar en alguna pregunta más original... meditaba Ashley Dowling.
Quizás esté en mi clase de Español... pensaba esperanzada June Richardson.
Esta noche tengo toneladas de trabajo. Trigonometría y los ejercicios de Lengua. Espero que mamá… Angela Weber, un muchacha tranquila, cuyos pensamientos eran generalmente amables, algo poco habitual, era la única en la mesa que no estaba obsesionada con Bella.
Podía oírlos a todos, oía cada insignificancia que se les ocurriera conforme pasaba por su mente, pero nada en absoluto procedente de aquella nueva alumna con esos ojos aparentemente tan comunicativos.
Eso sí, podía escuchar lo que decía cuando se dirigía a Jessica.
No necesitaba leer la mente para oírlas hablar con voz baja
y clara en el lado opuesto de la gran estancia.
—¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —le oí preguntar mirándome disimuladamente de reojo, sólo para retirar de inmediato la vista cuando se dio cuenta de que aún seguía con los ojos fijos en ella.
Todavía tuve tiempo de considerar esperanzado que oír el sonido de su voz me serviría para captar el tono de sus reflexiones, perdidos en algún lugar al que yo no podía acceder, pero enseguida me decepcioné. Lo normal es que los pensamientos de la gente tengan el mismo tono que sus voces físicas. Pero esa voz tranquila, tímida, me resultaba poco familiar, no pertenecía a ninguno de los cientos que rebotaban por la habitación, estaba seguro. Era completamente nueva.
¡Ja, buena suerte, idiota!, pensó Jessica antes de contestar la pregunta de la chica.
—Se llama Edward. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie —levantó la nariz, desdeñosa—. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa.
Volví la cabeza para ocultar la sonrisa. Jessica y sus compañeras de clase no tenían ni idea de la suerte que tenían al no interesarme ninguna de ellas en especial.
En ese estado de humor fluctuante, sentí un impulso extraño que no terminé de entender. Quería hacer algo respecto al tono mezquino de los pensamientos de Jessica, de los que la nueva no era consciente… Sentí la extraña urgencia de interponerme entre ellas para proteger a Bella Swan de los oscuros manejos de Jessica. Era algo muy raro en mí sentir aquello.
Intenté llegar hasta las motivaciones que alimentaban dicho impulso y volví a examinar a la chica.
Quizás fuera un instinto protector, el del fuerte sobre el débil, sepultado en alguna parte desde hacía mucho tiempo. La muchacha parecía más frágil que sus nuevas compañeras de clase. Su piel era tan translúcida, que resultaba difícil creer que le ofreciera mucha protección frente al mundo exterior.
Podía ver el rítmico pulso de su sangre a través de las venas bajo esa clara y pálida membrana… Sería mejor que no me concentrara en eso, se me daba muy bien la vida que había escogido, pero estaba tan sediento como Jasper y no tenía sentido darle alas a la tentación.
Tenía una arruguita entre las cejas de la que ella no parecía consciente.
¡Aquello era increíblemente frustrante! Veía claramente el esfuerzo que le costaba estar allí sentada, intentando conversar con extraños, siendo el centro de la atención. Podía adivinar su timidez por la postura de sus hombros, de aspecto frágil, ligeramente hundidos, como si esperara un desaire de un momento a otro. Pero sólo podía adivinar, ver o imaginar. No había más que silencio en esta chica humana tan sumamente corriente. No podía oír nada. ¿Por qué?
—¿Qué pasa? —murmuró Rosalie, interrumpiendo mi concentración.
Dejé de mirar a la chica y sentí una especie de alivio. No deseaba seguir intentándolo sin éxito, me irritaba. Y no quería desarrollar ningún interés por sus pensamientos ocultos simplemente porque no podía acceder a ellos. Sin duda, cuando pudiera descifrarlos, y seguramente encontraría la manera de hacerlo, serían tan superficiales e insignificantes como los de cualquier otro humano. No merecían siquiera el esfuerzo que me costaría llegar hasta ellos.
—¿Así que la chica nueva nos tiene miedo ya? —preguntó Emmett, esperando aún una respuesta.
Me encogí de hombros. No estaba lo suficientemente interesado para seguir presionando y obtener más información.
Ni debería interesarme.
Nos levantamos de la mesa y salimos de la cafetería. Emmett, Rosalie y Jasper simulaban ser estudiantes de último curso, por lo que se dirigieron hacia sus respectivas clases. Yo interpretaba un papel más juvenil, de modo que me encaminé hacia la clase de Biología de primero, preparándome mentalmente para soportar el tedio. Era dudoso que el señor Banner, un hombre de intelecto medio, se las ingeniara para insertar en su explicación algo que pudiera sorprender a alguien que tenía dos licenciaturas en Medicina.
En la clase, me instalé en mi silla y dejé que los libros, puro atrezo, puesto que no contenían nada que no supiera ya, se desparramaran por la mesa. Era el único alumno que no compartía pupitre. Los humanos no eran lo bastante listos para saber por qué me temían, pero su instinto de supervivencia resultaba suficiente para mantenerlos alejados de mí.
El aula se fue llenando despacio conforme los chicos iban regresando del almuerzo en un lento goteo. Me repantigué en la silla y dejé transcurrir el tiempo. De nuevo, deseé ser capaz de dormir.
Su nombre volvió a llamarme la atención, quizás porque estaba pensando en ella cuando Angela Weber la acompañó hasta la clase.
Bella parece tan tímida como yo. Apuesto lo que sea a que este día le está resultando realmente difícil. Ojalá supiera qué decirle, pero seguramente sonaría estúpido…
¡Bien!, pensó Mike Newton mientras se revolvía en su asiento para ver entrar a las chicas.
Pero seguía sin leer pensamiento alguno desde la posición ocupada por Bella Swan. El espacio vacío donde deberían estar sus pensamientos me irritaba y desconcertaba.
Bella se acercó a la mesa del profesor avanzando por el pasillo lateral que había a mi lado. Pobre chica, el único pupitre libre era el contiguo al mío. Automáticamente limpié su lado del pupitre, empujando mis libros hasta formar una pila. Dudaba que se sintiera muy cómoda en ese asiento.
Comenzaba lo que para ella prometía ser un semestre muy largo, al menos en esta clase. Sin embargo, quizás podría sacar a la superficie sus secretos al sentarme a su lado; no es que hubiera necesitado antes de proximidad para conseguirlo… y tampoco es que hubiera nada que mereciera la pena escuchar…
Bella Swan caminó hasta interponerse en el flujo de aire caliente que soplaba en mi dirección desde la rejilla de ventilación.
Su olor me impactó como la bola de una grúa de demolición, como un ariete. No existe imagen lo bastante violenta para expresar la fuerza de lo que me sucedió en ese momento.
En aquel instante, no hubo nada que me asemejara a la persona que fui antaño, no quedó ni un jirón de los harapos de humanidad con los que me las arreglaba para encubrir mi naturaleza.
Yo era un depredador; ella, mi presa. No existía en el mundo otra verdad que no fuera ésta.
Para mí ya no había una habitación llena de testigos, porque en mi fuero interno los acababa de convertir a todos ellos en daños colaterales. El misterio de sus pensamientos quedó olvidado. Los pensamientos de Bella no me importaban nada porque no iba a poder pensar por mucho más tiempo.
Yo era un vampiro y ella tenía la sangre más dulce que había olido en ochenta años.
No concebía la existencia de un aroma como ése. Habría empezado a buscarlo desde mucho tiempo antes si hubiera sabido que existía. Hubiera peinado el planeta para encontrarlo.
Podía imaginar el sabor…
La sed ardía en mi garganta como si fuera fuego. Sentía la boca achicharrada y deshidratada y el flujo fresco de ponzoña no hizo nada por hacer desaparecer esa sensación. Mi estómago se retorció de hambre, un eco de la sed. Se me contrajeron los músculos, preparados para saltar.
No había pasado ni un segundo. Ella todavía no había terminado de dar el paso que la había puesto en la dirección del aire que fluía hacia mí.
Conforme su pie tocó el suelo, sus ojos se posaron en mí en un movimiento que ella pretendía que fuera sigiloso. Su mirada se encontró con la mía y me vi perfectamente reflejado en el amplio espejo de sus ojos.
La sorpresa que me produjo ver mi cara proyectada en sus pupilas le salvó la vida en aquellos momentos tan difíciles.
Pero no me lo puso fácil. Cuando ella fue consciente de la expresión de mi rostro, la sangre inundó nuevamente sus mejillas, volviendo su piel del color más delicioso que había visto en mi vida. Su olor era como una bruma en mi cerebro a través de la cual apenas podía razonar. Mis pensamientos bramaron incoherentes, fuera de todo control.
Ella caminaba ahora más despacio, como si comprendiera la necesidad de huir. Los nervios la hicieron comportarse de modo torpe, por lo que tropezó y se tambaleó hacia delante, casi cayendo sobre la chica sentada delante de mí. Parecía débil, vulnerable, incluso más de lo que es habitual en un humano.
Intenté concentrarme en el rostro que había visto en sus ojos, un rostro que reconocí con asco. Era la cara del monstruo que había en mí, el que había combatido y derrotado a lo largo de décadas de esfuerzo y de disciplina inflexible. ¡Con qué rapidez emergía ahora a la superficie!
El olor se arremolinó nuevamente a mi alrededor, dispersando mis pensamientos y casi impulsándome fuera del asiento.
No. Mi mano se aferró a la parte central del borde de la mesa para intentar sujetarme a la silla. Pero la madera no estaba por la labor y mi mano atravesó el armazón y arrancó un puñado de astillas. La forma de mis dedos quedó grabada en la madera.
Destruye la evidencia, ésta era una regla fundamental. Rápidamente pulvericé los bordes que tenían la forma de mis dedos, dejando sólo un agujero desigual y una pila de virutas en el suelo, que dispersé con el pie.
Destruye la evidencia. Daño colateral…
Sabía lo que iba a suceder ahora. La chica debería venir a sentarse a mi lado y yo tendría que matarla.
Los testigos inocentes de la clase, otros dieciocho jóvenes y un hombre, no podrían abandonar la habitación una vez que hubieran asistido a lo que iba a ocurrir en breve.
Me acobardé ante la idea de lo que se avecinaba. Incluso en mis peores momentos, jamás había cometido una atrocidad como ésta. Nunca había matado a inocentes, al menos no en las últimas ocho décadas. Y ahora planeaba masacrar a veinte de una vez.
El rostro del monstruo en mi mente se burló de mí.
Aun cuando una parte de mí intentaba apartarse de aquella idea horripilante, la otra parte planeaba la forma de perpetrarla.
En el caso de que matara a la chica primero, sólo dispondría de quince o veinte segundos antes de que reaccionaran los humanos del aula. Tal vez algo más si no se daban cuenta de lo que estaba haciendo desde el principio. Ella no tendría tiempo de gritar o sentir dolor y yo no la mataría con crueldad.
Esto era todo lo que podía hacer por esta desconocida con esa sangre tan horriblemente deseable.
Pero habría de impedir que escaparan. No debía preocuparme por las ventanas, ya que estaban demasiado altas y eran muy pequeñas para servir a nadie en su huida. Sólo quedaba la puerta, que los dejaría atrapados en cuanto se bloqueara.
Intentar abatirlos a todos cuando estuvieran dominados por el pánico y chillando, en pleno caos, seguramente sería más lento y difícil. No imposible, pero habría mucho ruido y tiempo de sobra para un montón de gritos. Alguien podría oírlos… y me vería forzado a matar incluso a más inocentes en esta hora negra.
El olor me castigó hasta cerrarme la garganta reseca y dolorida.
Además, la sangre de Bella se enfriaría mientras mataba a los otros.
De modo que sería mejor encargarme primero de los testigos.
Me tracé un esquema mental. Yo estaba en mitad de la habitación, en la última fila de la parte de atrás. Empezaría por el lado derecho. Estimé que podría romper aproximadamente entre cuatro y cinco cuellos por segundo, y sería menos escandaloso. El lado derecho sería el de los afortunados porque no me verían llegar. Después daría la vuelta por la parte frontal e iría de delante hacia atrás por el lado izquierdo; matarlos a todos me llevaría a los sumo cinco segundos.
Sin embargo sería tiempo suficiente para que Bella viera con claridad lo que se le venía encima. Suficiente para que tuviera miedo. Suficiente para que gritara, si el susto no la dejaba paralizada en su sitio. Sólo un débil grito que no haría venir a nadie corriendo.
Aspiré una bocanada de aire y el olor se convirtió en un fuego que corrió por mis largas venas vacías y me abrasó el pecho hasta consumir cualquier impulso positivo que hubiera sido capaz de sentir.
En ese preciso momento se estaba dando la vuelta. Estaría sentada a pocos centímetros de mí dentro de escasos segundos.
El monstruo en mi mente sonrió ante la expectativa.
Alguien sentado cerca de mí, a la izquierda, cerró de golpe una carpeta. No miré para ver cuál de los malditos humanos había sido, pero el movimiento envió una bocanada de aire normal, inodoro, hacia mi rostro.
Durante un escaso segundo, pude pensar con claridad. En ese precioso segundo, vi dos rostros en mi mente, uno al lado del otro.
Uno era el mío, o más bien lo había sido: el monstruo de ojos inyectados en sangre que había matado a tanta gente que había dejado de contarlos. Asesinatos racionalizados y justificados.
Un asesino de asesinos; el asesino de otros monstruos menos poderosos. Era consciente de que se trataba de un complejo de dios, si pudiera llamarlo así, el de alguien que cree poder decidir quién merece una sentencia de muerte. Era un compromiso conmigo mismo: me alimentaba de sangre humana, pero en su definición más amplia, ya que mis víctimas eran, debido a sus varios y oscuros pasatiempos, escasamente más humanos que yo.
El otro rostro era el de Carlisle.
No había ninguna semejanza entre ambos rostros. Eran como la noche y el día.
No existía ningún motivo para buscar semejanzas. Carlisle no era mi padre en un sentido biológico estricto y no compartíamos características similares. El parecido en el color de la piel se debía a lo que éramos; todos los vampiros tienen la misma tez helada y pálida. El parecido en el color de nuestros ojos era otra cosa: el reflejo de nuestra mutua elección.
Y aun así, aunque no había base para establecer semejanzas, me imaginaba que mi rostro había comenzado a reflejar el suyo hasta cierto punto, en los malditos últimos setenta años durante los cuales yo había abrazado su camino y seguido sus pasos.
Mis rasgos no habían cambiado, pero a mí me parecía que algo de su sabiduría había marcado mi expresión y que algo de su compasión podía encontrarse en la forma de mi boca, así como trazas de su paciencia eran evidentes en mi ceño.
Todas estas pequeñas mejoras habían desaparecido de la cara del monstruo. En pocos momentos, no quedaría en mí nada que reflejara los años que había pasado con mi creador, mi mentor, mi padre en todos los sentidos que importan. Mis ojos volverían a brillar rojos como los del diablo; toda la bondad habría desaparecido para siempre.
Yo veía el rostro de Carlisle en mi mente, y sus ojos amables no me juzgaban. Sabía que él me perdonaría por el horrible acto que iba a cometer, porque me amaba, porque pensaba que era mejor de lo que realmente era. Y seguiría queriéndome, incluso aunque le demostrara que estaba equivocado.
Bella Swan se sentó en la silla que había a mi lado con movimientos rígidos y forzados, ¿por el miedo?, y el olor de su sangre se extendió como una nube inexorable a mi alrededor.
Le demostraría a mi padre que se había equivocado conmigo.
Y la tristeza de este hecho hería casi tanto como el fuego de mi garganta.
Me aparté de ella con asco, sintiendo repugnancia por el monstruo que deseaba tomarla.
¿Por qué tenía que haber venido aquí? ¿Por qué tenía que existir? ¿Por qué tenía ella que destruir la poca paz que me quedaba en esta existencia mía de redivivo? ¿Por qué había tenido que nacer esta irritante humana? Acabaría conmigo.
Volví la cara para no verla en cuanto me invadió una repentina furia, un odio irracional.
¿Quién era esta criatura? ¿Por qué yo, por qué en ese momento? ¿Por qué debía perderlo todo ahora sólo porque a ella le había dado por escoger esta insólita ciudad para aparecer?
¡¿Por qué había venido hasta aquí?!
¡Yo no quería ser un monstruo! ¡No quería matar en esta habitación llena de niños inofensivos! ¡No quería perder todo lo que había ganado en una vida entera de sacrificio y privaciones!
No podía… Ella no podía hacerme eso.
El olor era el problema, el enorme atractivo de su olor. Si hubiera alguna manera de resistir… Bastaría que otro chorro de aire fresco me aclarara la cabeza.
Bella Swan sacudió su cabello largo, espeso, de color caoba, en mi dirección.
¿Estaba loca? ¡Era como si le diera alas al monstruo! Tanteándole.
Esta vez no había ninguna brisa amable que apartara el olor lejos de mí. Pronto estaría todo perdido.
No, no hubo ninguna brisa. Pero yo no tenía por qué respirar.
Paré el flujo de aire a través de mis pulmones; el alivio fue instantáneo, pero incompleto. Todavía tenía el recuerdo del olor en mi cabeza y el sabor en el fondo de mi lengua. Ni siquiera podría resistir eso durante mucho tiempo. Pero quizás fuera capaz de soportarlo una hora. Una hora. Sólo el tiempo necesario para salir de esa habitación llena de víctimas, víctimas que quizás no tendrían que serlo. Si era capaz de contenerme sólo durante una hora.
No respirar era una sensación incómoda. Mi cuerpo no necesitaba oxígeno, pero iba contra mis instintos. Yo confiaba más en el olor que en cualquiera de los otros sentidos en momentos de tensión. Era el que me guiaba durante la caza y el primero que avisaba en caso de peligro. No solía encontrarme en situaciones difíciles siendo yo un peligro en mí mismo, pero el instinto de supervivencia era tan fuerte en mi naturaleza como en el de un ser humano normal.
Incómodo, pero manejable. Más soportable que olerla a ella y no poder hundir mis dientes en su fina piel, delicada y transparente hasta llegar al cálido, húmedo, pulsante…
¡Una hora! ¡Sólo una hora! Debía dejar de pensar en el olor, en el sabor.
En silencio, la chica mantuvo el pelo entre nosotros, inclinándose hacia delante hasta que dejó caer la melena sobre la carpeta. No podía verle la cara, ni podía intentar leer sus emociones en sus sinceros ojos profundos. ¿Había sido por eso por lo que ella había extendido su cabellera entre nosotros?
¿Quería esconder esos ojos de mi vista? ¿Sólo por miedo?
¿Por timidez? ¿Para mantener ocultos sus secretos?
Mi irritación anterior por no ser capaz de leerle los pensamientos era poca cosa en comparación con la necesidad —y el odio— que me embargaba en ese momento. Porque yo odiaba a esa frágil adolescente que se sentaba a mi lado, la odiaba con la misma fuerza con la que me sentía apegado a mi anterior identidad, al amor por mi familia, a mis sueños de ser algo mejor que lo que era… Odiarla, odiar el modo en que ella me hacía sentir, me ayudaba un poco. Sí, y la irritación que había sentido antes no era importante, pero también me favorecía. Me ceñí a cualquier emoción que me distrajera de imaginar su delicioso sabor…
Odio e irritación. Impaciencia. ¿Es que la hora no iba a terminar nunca?
Y cuando la hora terminara… Entonces ella saldría de esta habitación, y ¿qué haría yo?
Podría presentarme. Hola, me llamo Edward Cullen. ¿Puedo acompañarte a tu próxima clase?
Me contestaría afirmativamente aunque, como yo sospechaba, me temiera, porque era la respuesta educada y apropiada. Bella seguiría la costumbre y caminaría a mi lado. Resultaría bastante fácil llevarla en la dirección equivocada. Un espolón del bosque sobresalía como un dedo hasta tocar la parte posterior del aparcamiento. Podría decirle que había olvidado un libro en mi coche…
¿Se daría cuenta alguien de que yo había sido la última persona con la cual la habían visto? Estaba lloviendo, como siempre.
Dos impermeables oscuros encaminándose en la dirección equivocada podrían despertar un interés excesivo y delatarme.
Además, no era el único que había reparado en ella aquel día, aunque ninguno de forma tan devastadora como yo. Mike Newton, en especial, estaba pendiente de cada cambio de su postura en la silla mientras ella se movía nerviosamente; estaba tan incómoda por estar cerca de mí como cualquiera en su lugar, como yo habría esperado antes de que su olor hubiera destruido cualquier interés caritativo. Mike Newton seguramente notaría si ella salía de clase conmigo.
Podría soportarlo una hora, ¿y dos?
Me estremecí a causa del dolor y la quemazón.
Ella volvería a una casa vacía, ya que el jefe de policía Swan trabajaba a jornada completa. Conocía el edificio, del mismo modo que conocía cada casa en esta ciudad tan pequeña. La casa se encontraba aislada en lo alto de la ciudad, junto a un espeso
bosque, sin vecinos cerca. Incluso aunque ella tuviera tiempo para gritar, que no lo tendría, no habría nadie que la escuchara.
Ésta era la manera más responsable de llevar el asunto. Había pasado siete décadas sin probar la sangre humana. Si contenía la respiración, podría aguantar dos horas más. Y cuando ella estuviera sola, no habría ocasión para que nadie resultara herido. Y no existe motivo alguno para precipitarse, el monstruo de mi cabeza me dio la razón.
Era un sofisma pensar que sería menos monstruo por salvar a los diecinueve humanos del aula con esfuerzo y paciencia y matar sólo a esa inocente joven.
Aunque la odiaba, sabía que mi odio era injusto. Me di cuenta de que a quien detestaba realmente era a mí mismo.
Y me odiaría más aún cuando ella hubiera muerto.
Soporté toda la hora así, imaginando las mejores formas de matarla. Evite visualizar el acto real, ya que esto habría sido demasiado para mí. Perdería la batalla y terminaría matándolos a todos. Así que me concentré en el aspecto estratégico del plan y nada más.
Ella me miró más allá de la muralla de sus cabellos en una sola ocasión, casi al final de la clase. Sentía arder en mi interior aquel odio injustificado cuando nuestras miradas se encontraron y lo vi reflejado en sus ojos asustados. El arrebol cubrió sus mejillas antes de que pudiera volver a esconderse en su pelo y yo casi perdí los estribos.
Menos mal que sonó el timbre. Salvado por la campana, igual que en el dicho. Ambos nos habíamos salvado: ella de la muerte, y yo, durante un breve tiempo, de convertirme en la criatura de pesadilla que temía y detestaba.
No pude moverme con la lentitud habitual mientras salía de la clase. Algún observador ocasional hubiera averiguado que había algo raro en mi forma de caminar, pero nadie me prestó atención. Todos los pensamientos humanos seguían girando en torno a la chica que estaba condenada a morir en poco menos de una hora.
Me escondí en el coche.
No quería pensar en mí mismo como en alguien que se debía ocultar. Se parecía demasiado a la cobardía, pero sin duda ése era el caso ahora.
En aquellos momentos, no tenía la disciplina necesaria para permanecer rodeado de humanos. Al concentrar todas mis energías en no matar a uno de ellos, me había quedado sin fuerzas para resistirme frente a los demás. En caso contrario, menuda pérdida. Ya que tenía que rendirme al monstruo, al menos haría que mereciera la pena la derrota.
Puse el CD con la música que por lo general me calmaba, pero me sirvió de poco. No, lo único que en ese momento podía ayudarme era el aire frío, húmedo y limpio que soplaba con la ligera lluvia a través de las ventanas abiertas. Aunque todavía podía recordar el olor de la sangre de Bella Swan con perfecta claridad, inhalar el aire era como limpiar el interior de mi cuerpo de una infección.
Me sentía bien otra vez. Podía pensar de nuevo. Y ahora era capaz de volver a enfrentarme contra lo que no quería ser.
No tenía por qué ir a su casa, ni tenía por qué matarla. Sin duda, yo era una criatura pensante, racional y tenía posibilidad de elegir. Siempre había una oportunidad.
No me había sentido así en la clase, pero ahora estaba lejos de ella. Quizás, si la evitaba cuidadosamente, con mucho, mucho tiento, no tendría necesidad de cambiar de vida. Ahora tenía todo organizado del modo que me gustaba. ¿Por qué debía permitir que esa deliciosa e irritante personita lo arruinara todo?
No tenía por qué disgustar a mi padre, ni causar tensión, preocupación o dolor a mi madre. Sí, aquello también iba a disgustar a mi madre adoptiva. Y Esme era tan dulce, tan amable, tan gentil. Provocar dolor a alguien como Esme era verdaderamente imperdonable.
Qué irónico sonaba mi deseo de proteger a esa joven humana de la amenaza irrisoria y torpe de los pensamientos despectivos de Jessica Stanley. Yo era la última persona que podría haberse erigido nunca como defensor de Isabella Swan. Ella nunca necesitaría protegerse tanto de nada como de mí mismo.
De pronto, me pregunté dónde estaría Alice. ¿No me había visto matar a la joven Swan de mil formas diferentes? ¿Por qué no había venido en mi busca o en mi ayuda, para detenerme o al menos limpiar las evidencias? ¿Estaba ella tan absorta vigilando a Jasper de que se metiera en problemas que no había sido consciente de otras posibilidades mucho peores?
¿Era yo más fuerte de lo que pensaba? ¿Y si realmente no iba a hacerle nada a la joven? No. Yo sabía que eso no era verdad. Alice debía de estar muy concentrada en Jasper.
Busqué en la dirección en que sabía que la iba a encontrar, dentro del pequeño edificio donde se impartían las clases de inglés. No me llevó mucho localizar su «voz» familiar. Y llevaba razón. Volcaba todos sus pensamientos en Jasper, vigilando las mínimas posibilidades minuto a minuto.
Deseaba pedirle consejo, pero, al mismo tiempo, me alegraba que ella ignorase de lo que yo era capaz y que, en la última hora, había considerado seriamente la posibilidad de provocar una masacre.
Un nuevo fuego recorrió mi cuerpo, el de la vergüenza. No quería que ninguno de ellos lo supiera.
Si lograba evitar a Bella Swan, si me las arreglaba para no matarla —el monstruo se retorció y le rechinaron los dientes de frustración sólo de pensarlo—, en tal caso, nadie se enteraría.
Si pudiera alejarme de su aroma…
No había razón alguna para no intentarlo al menos. Elegir lo correcto. Tratar de ser lo que Carlisle pensaba que era.
La última hora de clase estaba a punto de terminar. Decidí llevar a la práctica mi nuevo plan de inmediato. Era mejor que quedarme sentado en el aparcamiento, donde ella podría pasar cerca de mí y acabar con mi empeño. Volví a sentir un encono injustificado por la muchacha. Odiaba que, sin saberlo, tuviera ese poder sobre mí, que ella me pudiera convertir en algo ultrajante.
Crucé el pequeño campus muy rápido —tal vez demasiado, pero no había testigos— en dirección a la oficina. No había razón para que mi camino y el de Bella Swan se cruzaran. Debía evitarla como a la pequeña peste que era.
La oficina estaba vacía, a excepción de la secretaria, la única persona a la que quería ver.
No oyó mi sigilosa entrada.
—¿Señora Cope?
La pelirroja de bote alzó la vista y abrió los ojos de forma desmesurada. Estos correctores de exámenes… siempre los sorprendía con la guardia baja, jamás se enteraban de nada, sin importar cuántas veces nos hubieran visto con anterioridad.
—¡Oh! —exclamó entrecortadamente. Estaba un poco agitada.
Estúpida, pensó en su fuero interno, es lo bastante joven para ser mi hijo, demasiado joven para pensar en él de esa forma…—.
Hola, Edward. ¿En qué te puedo ayudar?
La mujer agitó las pestañas detrás de las gruesas gafas. Estaba incómoda, pero yo sabía ser encantador cuando me lo proponía.
De hecho, me resulaba muy fácil, conocía de inmediato qué tono adoptar o qué gesto realizar.
Me incliné hacia delante y sostuve su mirada como si observara intensamente esos corrientes ojillos castaños suyos. La mujer era ya un manojo de nervios. Esto iba a resultar sencillo.
—Me preguntaba si me podría ayudar con mi horario de clases —dije con la voz suave que reservaba para cuando no deseaba atemorizar a los humanos.
Oí cómo aumentaba el ritmo de los latidos de su corazón.
—Por supuesto, Edward. ¿Cómo puedo ayudarte? —demasiado joven, demasiado joven, se gritaba a sí misma. Se equivocaba, por supuesto. Yo tenía más años que su abuelo, aunque, según mi permiso de conducir, ella tenía razón.
—¿Sería posible cambiar la clase de Biología por otra de mayor nivel científico? Tal vez Física…
—¿Tienes algún problema con el señor Banner, Edward?
—En absoluto. Lo único que ocurre es que ya he estudiado ese temario…
—… en esa escuela de enseñanza acelerada a la que asististeis en Alaska, cierto —frunció los labios mientras lo consideraba.
Todos deberían estar en la universidad. He oído las quejas de los profesores. Destacan en todo, no vacilan al contestar, jamás se equivocan en un examen… parece que hubieran encontrado la forma de engañarnos en cada asignatura. El profesor Varner estaría dispuesto a creer que nos están haciendo trampas antes que aceptar que un alumno es más inteligente que él… Apuesto a que su madre les da clases…—. En realidad, no caben más alumnos en Física. Al profesor Banner le disgusta tener más de veinticinco alumnos en una clase.
—Yo no sería ningún problema.
Por supuesto que no. Un perfecto Cullen no lo sería nunca.
—Ya lo sé, Edward, sólo que no hay suficientes pupitres…
—En ese caso, ¿podría no asistir a clase? Emplearía ese tiempo en estudiar por mi cuenta.
—¿No asistir a clase de Biología? —se quedó boquiabierta.
Es una locura. ¿Tan difícil te resulta aguantar una asignatura que ya te sabes? Tiene que haber algún problema con el profesor
Banner. Me pregunto si debería hablar con Bob del tema—. No tendrás suficientes créditos para graduarte.
—Ya recuperaré al año que viene.
—Tal vez deberías comentarlo antes con tus padres.
La puerta se abrió a mis espaldas, pero fuera quien fuera no me importunó con sus pensamientos, por lo que ignoré esa entrada y me concentré en la señora Cope. Me incliné un poco más cerca y le sostuve la mirada con los ojos abiertos. Hubiera funcionado mejor de haberlos tenido dorados en lugar de negros. La negrura atemoriza a la gente, como debe ser.
—Por favor, señora Cope —modulé la voz del modo más suave y persuasivo que pude, y puedo ser considerablemente persuasivo—. ¿No hay ninguna otra clase donde haya sitio para mí? Estoy convencido de que debe de haber un resquicio en algún sitio. Biología como sexta hora de clase no puede ser
la única opción…
Le sonreí a la par que procuraba no mostrar mucho los dientes para no asustarla y suavizar la expresión del semblante.
Su corazón resonó con más fuerza.
Demasiado joven, se recordó frenéticamente.
—Bueno, tal vez podría hablar con Bob, quiero decir, con el señor Banner y ver si…
En un segundo cambió todo: la atmósfera de la habitación, mi misión en la misma, la razón por la que me inclinaba hacia la mujer pelirroja… Lo que antes tenía un propósito concreto, ahora se había convertido en otro muy distinto.
Un segundo fue todo lo que necesitó Samantha Wells para abrir la puerta y depositar con retraso la hoja de firmas en la cesta situada en la entrada. Un segundo fue lo que tardó el golpe de viento que se coló por la puerta en sacudirme. Un segundo fue todo lo que necesité para comprender por qué esa primera persona no me había interrumpido con sus pensamientos nada más entrar.
Aunque no necesitaba asegurarme, me volví. Lo hice despacio, pugnando por controlar los músculos que se negaban a obedecerme.
Bella Swan estaba ahí en frente, de pie, con la espalda apoyada contra la pared al lado de la puerta, con un papel apretado entre las manos. Sus ojos se abrieron aún más de lo habitual cuando asimiló mi mirada feroz, inhumana.
El olor de su sangre saturó cada partícula de aire en la habitación pequeña y calurosa. Mi garganta estalló en llamas.
El monstruo me observó de nuevo desde el espejo de sus ojos, una máscara de maldad.
Mi mano vaciló en el aire sobre el mostrador. No tendría siquiera que mirar hacia atrás para coger la cabeza de la señora
Cope y aplastarla contra la mesa con fuerza suficiente para matarla. Dos vidas, mejor que veinte. Una ganga.
El monstruo esperaba ávido y hambriento a que lo hiciera.
Pero siempre debe haber una posibilidad de elegir, tenía que haberla.
Interrumpí el movimiento de mis pulmones y fijé el rostro de Carlisle delante de mí. Me volví para encarar a la señora
Cope y escuché la sorpresa interna que le había causado el cambio en mi expresión.
Echando mano del autocontrol que había tenido tiempo de practicar en décadas de esfuerzo, conseguí que mi voz sonara aún más monótona y suave. Quedaba suficiente aire en mis pulmones para hablar una vez más, apresurando las palabras.
—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.
Giré y me lancé fuera de la habitación al tiempo que intentaba no sentir la calidez de la sangre dentro del cuerpo de Bella cuando pasé a escasos centímetros de ella.
No paré hasta llegar a mi coche, moviéndome demasiado rápido todo el camino hasta allí. La mayoría de los humanos se habían marchado ya, por lo que no hubo muchos testigos.
Oí a un alumno de segundo, Austin Marks, darse cuenta y luego pensar que era imposible...
De donde habrá salido Edward Cullen, es como si se hubiera materializado en el aire... Ya me vale, ya estamos con la imaginación otra vez. Mamá siempre dice...
Los demás estaban allí cuando me deslicé dentro del Volvo.
Intenté controlar la respiración, pero tragaba a grandes bocanadas el aire fresco, como si estuviera sofocado.
—¿Edward? —me preguntó Alice con voz preocupada.
Sólo sacudí la cabeza en su dirección.
—¿Qué demonios te ha pasado? —inquirió Emmett, distraído en ese instante por el hecho de que Jasper no estaba del mejor humor para su revancha.
En vez de contestar, lancé el coche marcha atrás. Debía salir de allí antes de que Bella Swan me siguiera incluso al aparcamiento.
Mi propio demonio personal, hechizándome... Hice girar el coche y aceleré. Cogí los setenta antes de llegar a la carretera y una vez en ella, llegué a los ciento diez antes de doblar la esquina.
Sin mirar, supe que Emmett, Rosalie, y Jasper se habían vuelto todos para observar fijamente a Alice, que se encogió de hombros. No podía ver lo que había pasado, sino lo que estaba por pasar.
Y luego miró hacia adelante para ocuparse de mí. Ambos procesamos lo que ella veía en su cabeza y ambos nos sorprendimos por igual.
—¿Te marchas? —susurró ella.
Los otros se volvieron para observarme a su vez.
—¿Voy a hacerlo? —susurré entre dientes.
Entonces, vio que mi futuro tomaba un giro mucho más oscuro cuando flaqueaba mi resolución.
—Oh.
Bella Swan estaba muerta. La sangre fresca arrancaba brillos escarlata a mis ojos. Luego, había una investigación y transcurría un largo plazo de espera, por precaución, antes de que volviera a ser seguro que saliéramos, para empezar de nuevo…
—Oh —dijo otra vez.
La imagen de su visión se volvió más detallada. Contemplé el interior de la casa del Jefe Swan por primera vez, y vi a Bella en una cocina pequeña de armarios amarillos, dándome la espalda mientras yo la acechaba desde las sombras… hasta que el olor me llevara hasta ella…
—¡Detente! —gruñí, incapaz de soportarlo más.
—Lo siento —susurró ella con ojos dilatados.
El monstruo se regocijó.
Y la visión de la mente de Alice volvió a cambiar. Una autopista vacía, por la noche, flanqueada por árboles cubiertos de nieve que desfilaban a más de trescientos por hora.
—Te echaré de menos.
Emmett y Rosalie intercambiaron una mirada de aprehensión.
Estábamos a punto de llegar al lugar donde teníamos que girar para tomar el largo camino que nos llevaba a casa.
—Bajémonos aquí —les instruyó Alice—. Debes decírselo tú mismo a Carlisle.
Asentí y las ruedas del coche chillaron al frenar bruscamente.
Emmett, Rosalie y Jasper descendieron en silencio. Harían que Alice se lo explicara todo cuando yo me hubiera marchado.
Ella me tocó el hombro.
—Harás lo correcto —murmuró, pero esta vez no era una visión, sino una orden—. Charlie Swan no tiene más familia.
Eso le mataría a él también.
—Sí —dije yo, aunque sólo podía estar de acuerdo con Alice en la última parte de la frase.
Ella se deslizó fuera para reunirse con los otros, con las cejas fruncidas, llena de ansiedad. Desaparecieron entre los árboles y estuvieron fuera de mi vista antes de que pudiera dar la vuelta al coche.
Aceleré de regreso a la ciudad, y supe que las visiones en la mente de Alice estarían tornando del negro al blanco como si fueran una luz estroboscópica. Mientras conducía de vuelta a Forks a ciento cincuenta, no estaba seguro de hacia dónde iba.
¿A despedirme de mi padre o a abrazar al monstruo que moraba en mi interior? La carretera desaparecía bajo las ruedas.
El instituto.
¿O sería más apropiado emplear el término «purgatorio»? Si existía algún modo de purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo que menos me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada día me resultaba más monótono que el anterior. Supongo que ésta era mi manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre periodos activos.
Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de la cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces que parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río. Ignoré el centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo, seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez. Hoy, todos los pensamientos se concentraban
en el trivial acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo de alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto pasar repetido el nuevo rostro de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos posibles. Sólo era otra chica humana. La excitación que había causado su aparición resultaba predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño.
La mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya enamorándose de ella, sólo porque era algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.
Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la ausencia de intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo evitarlo.
Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así... me entero de cosas.
Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había captado su reflejo en las gafas de sol de alguien y se regodeaba en su propia perfección. La mente de Rosalie era un charco poco profundo de escasas sorpresas.
Emmett estaba que echaba chispas después de haber perdido un combate de lucha libre con Jasper la noche anterior.
Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de las clases y organizar la revancha. Nunca he sentido que me entrometía en sus pensamientos porque nunca ha pensado nada que no pudiera decir en voz alta o poner en práctica. Sólo me siento culpable al leer la mente de los demás cuando me consta que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si la mente de Rosalie es un charco poco profundo, la de Emmett es un lago sin sombras, tan transparente como el cristal.
Y Jasper estaba... sufriendo. Reprimí un suspiro. Edward. Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.
Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta.Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me habían puesto. Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward…
En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban muy bien esas conversaciones privadas, y era raro que nos pillaran durante las mismas. Mantuve la mirada fija en las líneas que se formaban en el enlucido.
¿Cómo lo lleva?, me preguntó.
Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente la posición de la boca, nada que pudiera alertar a los otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por aburrimiento.
El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que vigilaba a Jasper con su visión periférica. ¿Hay algún peligro? Ladeé la cabeza hacia la izquierda muy despacio, como si contemplara los ladrillos de la pared, suspiré, y luego me volví hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo. Sólo Alice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza.
Ella se relajó. Avísame si la cosa se pone fea.
Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego abajo.
Gracias por ayudarme con esto.
Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. ¿Qué le podría haber dicho? ¿«Encantado»? En realidad no era así. No disfrutaba asistiendo al debate interior de Jasper ¿Era necesario pasar por todo esto? ¿No era un camino más seguro admitir
simplemente que él nunca sería capaz de controlar su problema con la sed como los demás, en lugar de tentar continuamente sus límites? ¿Por qué coquetear con el desastre? Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición de caza. No era un periodo de tiempo excesivamente insoportable para el resto de nosotros. Algo incómodo a veces, si un humano caminaba muy cerca de nosotros o si el viento soplaba del lado equivocado. Pero los humanos rara vez se aproximan a nosotros. El instinto les dice lo que sus mentes conscientes difícilmente comprenderían: que somos peligrosos.
Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo. Una chica bajita se detuvo en un extremo de la mesa más próxima a la nuestra para hablar con un amigo. Se pasó los dedos entre el pelo corto, color arena, y sacudió la cabeza. Justo en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su aroma en nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma en que me hacía sentir el olor: sequedad y dolor en la garganta, un agujero anhelante en el estómago, un agarrotamiento instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña en la boca…
Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar; pero hoy resultaba más duro al tener los sentidos agudizados y notarlo todo por duplicado: la sed se multiplicaba al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no sólo la mía.
Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando…Imaginaba que se levantaba del lado de Alice y se paraba al lado de la chica. Pensaba en inclinarse como si le fuera a susurrar algo al oído y dejar que sus labios rozaran el arco de su garganta. Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo de su pulso debajo de la fina piel que sentiría bajo su boca…Propiné una patada a la silla de Jasper.
Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego él bajó la suya. Pude escuchar cómo se enfrentaban en su interior la culpa y la rebeldía.
—Lo siento —musitó.
Me encogí de hombros.
—No ibas a hacer nada —murmuró Alice en un intento de mitigar el disgusto de Jasper—. Lo vi.
Reprimí la mueca que hubiera echado por tierra la mentira de Alice; ella y yo debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba fácil para ninguno de los dos oír voces y tener visiones del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo eran de por sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.
—Pensar en ellos como personas ayuda un poco —sugirió Alice con voz aguda y musical, demasiado baja y rápida para que la escucharan los oídos humanos—. Se llama Whitney y tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su madre invitó a Esme a aquella fiesta en el jardín, ¿te acuerdas?
—Sé quién es —contestó Jasper secamente.
Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas bajo el alero a lo largo del muro que rodeaba la gran habitación. El tono de su voz puso fin a la conversación.
Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche. Era ridículo enfrentar esa clase de riesgos, intentar demostrar entereza y mejorar la resistencia. Jasper tendría que asumir sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran los más apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido; no podría adaptarse a él.
Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la bandeja de comida —un atrezo, en realidad—y dejándole solo.
Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo dejar de hacerlo. Aunque era más evidente que Rosalie y Emmett mantenían una relación, Alice y Jasper se conocían tan bien que sentían los estados de ánimo del otro como si fueran propios.
Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque sólo fuera entre ellos.
Edward Cullen.
Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie lo hubiera pronunciado en voz alta, sólo lo había pensado. Mi mirada se encontró durante una breve fracción de segundo con la de un par de enormes ojos marrones, de color chocolate, unos ojos humanos en medio de un rostro pálido, con forma de corazón. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca con mis propios ojos. Era el tema más destacado del día en todas las mentes: la nueva alumna, Isabella Swan, la hija del jefe de policía de la ciudad, que había venido a vivir aquí por algún cambio en su situación familiar. Bella. Hasta ahora había corregido a todo el mundo que se dirigía a ella por su nombre completo…
Miré a lo lejos, aburrido. Me llevó un segundo darme cuenta de que ella no había sido la persona que había pensado en mi nombre.
Por supuesto, Bella ya se ha quedado alucinada con los Cullen, oí cómo continuaba el primer pensamiento que había oído.
Identifiqué la «voz» como la de Jessica Stanley. Había pasadoya un tiempo desde que me incordió por última vez con su charloteo interno. Qué alivio sentí cuando ella superó ese desdichado encaprichamiento. Había sido casi imposible escapar de sus constantes y ridículas ensoñaciones. Me dieron ganas en aquel momento de explicarle con toda exactitud lo que podría haber ocurrido si mis labios, y los dientes detrás de ellos, se hubieran encontrado cerca de ella. Esto habría silenciado cualquier tipo de molestas fantasías con bastante rapidez. Pensar en su reacción casi consiguió arrancarme una sonrisa.
Le iría bien engordar un poco, continuó Jessica. En realidad, ni siquiera es guapa. No entiendo por qué Eric la mira tanto... o Mike.
Hizo una mueca mental de dolor al pensar en el último nombre. El nuevo capricho de Jessica, el súper popular Mike Newton, no sabía ni que ella existía. Sin embargo, no parecía tan insensible a la chica nueva. Otra vez la historia del chico fascinado por un objeto brillante. Aquello dio un giro mezquino a los pensamientos de Jessica, aunque en apariencia se mostraba cordial con la recién llegada mientras le explicaba lo que todos sabían sobre mi familia. La nueva seguramente habría preguntado por nosotros.
Aunque hoy todo el mundo me mira a mí también, pensó Jessica muy pagada de sí misma, en un aparte. Ha sido una verdadera suerte que Bella compartiera dos clases conmigo... Apuesto a que luego Mike querrá preguntarme qué tal es...
Intenté bloquear el absurdo parloteo antes de que sus superficiales e insignificantes pensamientos me volvieran loco.
—Jessica Stanley le está sacando a la Swan, la chica nueva, todos los trapos sucios del clan Cullen —le murmuré a Emmett, para distraerme, que se rió entre dientes y pensó: Espero que lo esté haciendo bien.
—En realidad, es bastante poco imaginativa. Sólo le ha dado un toque escandaloso, nada más. Ni una pizca de terror.
Me siento un poco decepcionado.
¿Y la chica nueva? ¿También se siente ella decepcionada con el chismorreo?
Presté atención a ver si escuchaba lo que esta chica nueva, Bella, pensaba de la historia de Jessica. ¿Qué vería cuando se fijara en la extraña familia con la piel del color de la tiza, de la que se apartaban todos?
En cierta manera era cuestión de responsabilidad por mi parte conocer su reacción. Yo actuaba de vigía, a falta de un nombre mejor, para proteger a la familia. Si alguien empezara a concebir sospechas, yo los avisaría con tiempo suficiente para poder quitarnos de en medio con facilidad. Había ocurrido de vez en cuando que algún humano con una imaginación despierta nos había identificado con los personajes de un libro o una película. La mayoría de las veces se convencía de su error, pero era mejor trasladarse a otro lugar que arriesgarse a un examen. Rara vez, muy rara vez, alguien adivinaba la verdad y no le concedíamos la oportunidad de comprobar su hipótesis.
Simplemente desaparecíamos, para convertirnos como mucho en un recuerdo aterrador…
No escuché nada por más que fijé la atención en el lugar contiguo al cual continuaba fluyendo de forma compulsiva el frívolo monólogo interno de Jessica. Era como si allí no se sentara nadie. ¡Qué curioso!, ¿se habría ido la chica? No parecía probable, ya que Jessica seguía dándole la brasa. Miré hacia allí para comprobarlo, sintiéndome confuso. Comprobar con la vista lo que mi sentido extrasensorial me decía era algo que nunca antes había tenido que hacer.
Mi mirada se trabó de nuevo en esos grandes ojos marrones.
Ella se sentaba en el mismo lugar que antes, y nos miraba, algo natural, supuse, mientras Jessica continuaba regalándole los oídos con los chismorreos locales sobre los Cullen. Pensar sobre nosotros, sin duda, era algo natural. Pero no oía ni un susurro siquiera. Mientras bajaba la mirada, un tentador rubor de un rojo cálido invadió sus mejillas, diferente al de la vergüenza que se siente cuando te han sorprendido mirando fijamente a un desconocido. Era estupendo que Jasper aún estuviera mirando por la ventana. No quería imaginarme lo que ese natural flujo de sangre supondría para su autocontrol.
Las emociones se mostraban tan transparentes en su cara que parecía llevarlas escritas en la frente: sorpresa —como si de forma inconsciente hubiera detectado indicios de las sutiles diferencias entre su naturaleza y la mía—, curiosidad mientras escuchaba la historia de Jessica, y algo más... ¿fascinación?
No sería ésta la primera vez. Éramos hermosos a los ojos de los hombres, nuestras presas potenciales. Y al final, por fin, vergüenza por haberla pillado mirándome.
Aun a pesar de que había mostrado con tal claridad los sentimientos en sus extraños ojos, extraños por lo profundos, de color marrón, que de tan oscuros casi parecían opacos, no oía nada más que silencio en el lugar donde ella se sentaba. Nada en absoluto.
Me sentí incómodo durante unos momentos. Nunca me había encontrado con nada similar. ¿Me pasaba algo malo?
Me notaba exactamente igual que siempre. Preocupado, presté aún más atención.
De pronto, empezaron a gritar en mi cabeza todas las voces de alrededor que había contenido hasta ese momento.
Me pregunto qué música le gustará... Quizás podría mencionar ese nuevo CD..., pensaba Mike Newton, dos mesas más allá, concentrado en Bella Swan.
Eric Yorkie refunfuñaba mentalmente con sus pensamientos girando también alrededor de la nueva. Hay que ver cómo la mira. No le basta con tener a más de la mitad de las chicas del instituto pendientes de él.
Es vergonzoso. Cualquiera pensaría que es famosa o algo por el estilo... La mira incluso Edward Cullen... Lauren Mallory estaba tan celosa que, en realidad, su rostro debería haber tenido el color del jade oscuro. Y Jessica, haciendo ostentación de su nueva mejor amiga. Qué gracia... La mente de la chica continuó escupiendo vitriolo.
Apuesto a que todo el mundo le ha preguntado eso. Pero me gustaría hablar con ella. He de pensar en alguna pregunta más original... meditaba Ashley Dowling.
Quizás esté en mi clase de Español... pensaba esperanzada June Richardson.
Esta noche tengo toneladas de trabajo. Trigonometría y los ejercicios de Lengua. Espero que mamá… Angela Weber, un muchacha tranquila, cuyos pensamientos eran generalmente amables, algo poco habitual, era la única en la mesa que no estaba obsesionada con Bella.
Podía oírlos a todos, oía cada insignificancia que se les ocurriera conforme pasaba por su mente, pero nada en absoluto procedente de aquella nueva alumna con esos ojos aparentemente tan comunicativos.
Eso sí, podía escuchar lo que decía cuando se dirigía a Jessica.
No necesitaba leer la mente para oírlas hablar con voz baja
y clara en el lado opuesto de la gran estancia.
—¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —le oí preguntar mirándome disimuladamente de reojo, sólo para retirar de inmediato la vista cuando se dio cuenta de que aún seguía con los ojos fijos en ella.
Todavía tuve tiempo de considerar esperanzado que oír el sonido de su voz me serviría para captar el tono de sus reflexiones, perdidos en algún lugar al que yo no podía acceder, pero enseguida me decepcioné. Lo normal es que los pensamientos de la gente tengan el mismo tono que sus voces físicas. Pero esa voz tranquila, tímida, me resultaba poco familiar, no pertenecía a ninguno de los cientos que rebotaban por la habitación, estaba seguro. Era completamente nueva.
¡Ja, buena suerte, idiota!, pensó Jessica antes de contestar la pregunta de la chica.
—Se llama Edward. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie —levantó la nariz, desdeñosa—. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa.
Volví la cabeza para ocultar la sonrisa. Jessica y sus compañeras de clase no tenían ni idea de la suerte que tenían al no interesarme ninguna de ellas en especial.
En ese estado de humor fluctuante, sentí un impulso extraño que no terminé de entender. Quería hacer algo respecto al tono mezquino de los pensamientos de Jessica, de los que la nueva no era consciente… Sentí la extraña urgencia de interponerme entre ellas para proteger a Bella Swan de los oscuros manejos de Jessica. Era algo muy raro en mí sentir aquello.
Intenté llegar hasta las motivaciones que alimentaban dicho impulso y volví a examinar a la chica.
Quizás fuera un instinto protector, el del fuerte sobre el débil, sepultado en alguna parte desde hacía mucho tiempo. La muchacha parecía más frágil que sus nuevas compañeras de clase. Su piel era tan translúcida, que resultaba difícil creer que le ofreciera mucha protección frente al mundo exterior.
Podía ver el rítmico pulso de su sangre a través de las venas bajo esa clara y pálida membrana… Sería mejor que no me concentrara en eso, se me daba muy bien la vida que había escogido, pero estaba tan sediento como Jasper y no tenía sentido darle alas a la tentación.
Tenía una arruguita entre las cejas de la que ella no parecía consciente.
¡Aquello era increíblemente frustrante! Veía claramente el esfuerzo que le costaba estar allí sentada, intentando conversar con extraños, siendo el centro de la atención. Podía adivinar su timidez por la postura de sus hombros, de aspecto frágil, ligeramente hundidos, como si esperara un desaire de un momento a otro. Pero sólo podía adivinar, ver o imaginar. No había más que silencio en esta chica humana tan sumamente corriente. No podía oír nada. ¿Por qué?
—¿Qué pasa? —murmuró Rosalie, interrumpiendo mi concentración.
Dejé de mirar a la chica y sentí una especie de alivio. No deseaba seguir intentándolo sin éxito, me irritaba. Y no quería desarrollar ningún interés por sus pensamientos ocultos simplemente porque no podía acceder a ellos. Sin duda, cuando pudiera descifrarlos, y seguramente encontraría la manera de hacerlo, serían tan superficiales e insignificantes como los de cualquier otro humano. No merecían siquiera el esfuerzo que me costaría llegar hasta ellos.
—¿Así que la chica nueva nos tiene miedo ya? —preguntó Emmett, esperando aún una respuesta.
Me encogí de hombros. No estaba lo suficientemente interesado para seguir presionando y obtener más información.
Ni debería interesarme.
Nos levantamos de la mesa y salimos de la cafetería. Emmett, Rosalie y Jasper simulaban ser estudiantes de último curso, por lo que se dirigieron hacia sus respectivas clases. Yo interpretaba un papel más juvenil, de modo que me encaminé hacia la clase de Biología de primero, preparándome mentalmente para soportar el tedio. Era dudoso que el señor Banner, un hombre de intelecto medio, se las ingeniara para insertar en su explicación algo que pudiera sorprender a alguien que tenía dos licenciaturas en Medicina.
En la clase, me instalé en mi silla y dejé que los libros, puro atrezo, puesto que no contenían nada que no supiera ya, se desparramaran por la mesa. Era el único alumno que no compartía pupitre. Los humanos no eran lo bastante listos para saber por qué me temían, pero su instinto de supervivencia resultaba suficiente para mantenerlos alejados de mí.
El aula se fue llenando despacio conforme los chicos iban regresando del almuerzo en un lento goteo. Me repantigué en la silla y dejé transcurrir el tiempo. De nuevo, deseé ser capaz de dormir.
Su nombre volvió a llamarme la atención, quizás porque estaba pensando en ella cuando Angela Weber la acompañó hasta la clase.
Bella parece tan tímida como yo. Apuesto lo que sea a que este día le está resultando realmente difícil. Ojalá supiera qué decirle, pero seguramente sonaría estúpido…
¡Bien!, pensó Mike Newton mientras se revolvía en su asiento para ver entrar a las chicas.
Pero seguía sin leer pensamiento alguno desde la posición ocupada por Bella Swan. El espacio vacío donde deberían estar sus pensamientos me irritaba y desconcertaba.
Bella se acercó a la mesa del profesor avanzando por el pasillo lateral que había a mi lado. Pobre chica, el único pupitre libre era el contiguo al mío. Automáticamente limpié su lado del pupitre, empujando mis libros hasta formar una pila. Dudaba que se sintiera muy cómoda en ese asiento.
Comenzaba lo que para ella prometía ser un semestre muy largo, al menos en esta clase. Sin embargo, quizás podría sacar a la superficie sus secretos al sentarme a su lado; no es que hubiera necesitado antes de proximidad para conseguirlo… y tampoco es que hubiera nada que mereciera la pena escuchar…
Bella Swan caminó hasta interponerse en el flujo de aire caliente que soplaba en mi dirección desde la rejilla de ventilación.
Su olor me impactó como la bola de una grúa de demolición, como un ariete. No existe imagen lo bastante violenta para expresar la fuerza de lo que me sucedió en ese momento.
En aquel instante, no hubo nada que me asemejara a la persona que fui antaño, no quedó ni un jirón de los harapos de humanidad con los que me las arreglaba para encubrir mi naturaleza.
Yo era un depredador; ella, mi presa. No existía en el mundo otra verdad que no fuera ésta.
Para mí ya no había una habitación llena de testigos, porque en mi fuero interno los acababa de convertir a todos ellos en daños colaterales. El misterio de sus pensamientos quedó olvidado. Los pensamientos de Bella no me importaban nada porque no iba a poder pensar por mucho más tiempo.
Yo era un vampiro y ella tenía la sangre más dulce que había olido en ochenta años.
No concebía la existencia de un aroma como ése. Habría empezado a buscarlo desde mucho tiempo antes si hubiera sabido que existía. Hubiera peinado el planeta para encontrarlo.
Podía imaginar el sabor…
La sed ardía en mi garganta como si fuera fuego. Sentía la boca achicharrada y deshidratada y el flujo fresco de ponzoña no hizo nada por hacer desaparecer esa sensación. Mi estómago se retorció de hambre, un eco de la sed. Se me contrajeron los músculos, preparados para saltar.
No había pasado ni un segundo. Ella todavía no había terminado de dar el paso que la había puesto en la dirección del aire que fluía hacia mí.
Conforme su pie tocó el suelo, sus ojos se posaron en mí en un movimiento que ella pretendía que fuera sigiloso. Su mirada se encontró con la mía y me vi perfectamente reflejado en el amplio espejo de sus ojos.
La sorpresa que me produjo ver mi cara proyectada en sus pupilas le salvó la vida en aquellos momentos tan difíciles.
Pero no me lo puso fácil. Cuando ella fue consciente de la expresión de mi rostro, la sangre inundó nuevamente sus mejillas, volviendo su piel del color más delicioso que había visto en mi vida. Su olor era como una bruma en mi cerebro a través de la cual apenas podía razonar. Mis pensamientos bramaron incoherentes, fuera de todo control.
Ella caminaba ahora más despacio, como si comprendiera la necesidad de huir. Los nervios la hicieron comportarse de modo torpe, por lo que tropezó y se tambaleó hacia delante, casi cayendo sobre la chica sentada delante de mí. Parecía débil, vulnerable, incluso más de lo que es habitual en un humano.
Intenté concentrarme en el rostro que había visto en sus ojos, un rostro que reconocí con asco. Era la cara del monstruo que había en mí, el que había combatido y derrotado a lo largo de décadas de esfuerzo y de disciplina inflexible. ¡Con qué rapidez emergía ahora a la superficie!
El olor se arremolinó nuevamente a mi alrededor, dispersando mis pensamientos y casi impulsándome fuera del asiento.
No. Mi mano se aferró a la parte central del borde de la mesa para intentar sujetarme a la silla. Pero la madera no estaba por la labor y mi mano atravesó el armazón y arrancó un puñado de astillas. La forma de mis dedos quedó grabada en la madera.
Destruye la evidencia, ésta era una regla fundamental. Rápidamente pulvericé los bordes que tenían la forma de mis dedos, dejando sólo un agujero desigual y una pila de virutas en el suelo, que dispersé con el pie.
Destruye la evidencia. Daño colateral…
Sabía lo que iba a suceder ahora. La chica debería venir a sentarse a mi lado y yo tendría que matarla.
Los testigos inocentes de la clase, otros dieciocho jóvenes y un hombre, no podrían abandonar la habitación una vez que hubieran asistido a lo que iba a ocurrir en breve.
Me acobardé ante la idea de lo que se avecinaba. Incluso en mis peores momentos, jamás había cometido una atrocidad como ésta. Nunca había matado a inocentes, al menos no en las últimas ocho décadas. Y ahora planeaba masacrar a veinte de una vez.
El rostro del monstruo en mi mente se burló de mí.
Aun cuando una parte de mí intentaba apartarse de aquella idea horripilante, la otra parte planeaba la forma de perpetrarla.
En el caso de que matara a la chica primero, sólo dispondría de quince o veinte segundos antes de que reaccionaran los humanos del aula. Tal vez algo más si no se daban cuenta de lo que estaba haciendo desde el principio. Ella no tendría tiempo de gritar o sentir dolor y yo no la mataría con crueldad.
Esto era todo lo que podía hacer por esta desconocida con esa sangre tan horriblemente deseable.
Pero habría de impedir que escaparan. No debía preocuparme por las ventanas, ya que estaban demasiado altas y eran muy pequeñas para servir a nadie en su huida. Sólo quedaba la puerta, que los dejaría atrapados en cuanto se bloqueara.
Intentar abatirlos a todos cuando estuvieran dominados por el pánico y chillando, en pleno caos, seguramente sería más lento y difícil. No imposible, pero habría mucho ruido y tiempo de sobra para un montón de gritos. Alguien podría oírlos… y me vería forzado a matar incluso a más inocentes en esta hora negra.
El olor me castigó hasta cerrarme la garganta reseca y dolorida.
Además, la sangre de Bella se enfriaría mientras mataba a los otros.
De modo que sería mejor encargarme primero de los testigos.
Me tracé un esquema mental. Yo estaba en mitad de la habitación, en la última fila de la parte de atrás. Empezaría por el lado derecho. Estimé que podría romper aproximadamente entre cuatro y cinco cuellos por segundo, y sería menos escandaloso. El lado derecho sería el de los afortunados porque no me verían llegar. Después daría la vuelta por la parte frontal e iría de delante hacia atrás por el lado izquierdo; matarlos a todos me llevaría a los sumo cinco segundos.
Sin embargo sería tiempo suficiente para que Bella viera con claridad lo que se le venía encima. Suficiente para que tuviera miedo. Suficiente para que gritara, si el susto no la dejaba paralizada en su sitio. Sólo un débil grito que no haría venir a nadie corriendo.
Aspiré una bocanada de aire y el olor se convirtió en un fuego que corrió por mis largas venas vacías y me abrasó el pecho hasta consumir cualquier impulso positivo que hubiera sido capaz de sentir.
En ese preciso momento se estaba dando la vuelta. Estaría sentada a pocos centímetros de mí dentro de escasos segundos.
El monstruo en mi mente sonrió ante la expectativa.
Alguien sentado cerca de mí, a la izquierda, cerró de golpe una carpeta. No miré para ver cuál de los malditos humanos había sido, pero el movimiento envió una bocanada de aire normal, inodoro, hacia mi rostro.
Durante un escaso segundo, pude pensar con claridad. En ese precioso segundo, vi dos rostros en mi mente, uno al lado del otro.
Uno era el mío, o más bien lo había sido: el monstruo de ojos inyectados en sangre que había matado a tanta gente que había dejado de contarlos. Asesinatos racionalizados y justificados.
Un asesino de asesinos; el asesino de otros monstruos menos poderosos. Era consciente de que se trataba de un complejo de dios, si pudiera llamarlo así, el de alguien que cree poder decidir quién merece una sentencia de muerte. Era un compromiso conmigo mismo: me alimentaba de sangre humana, pero en su definición más amplia, ya que mis víctimas eran, debido a sus varios y oscuros pasatiempos, escasamente más humanos que yo.
El otro rostro era el de Carlisle.
No había ninguna semejanza entre ambos rostros. Eran como la noche y el día.
No existía ningún motivo para buscar semejanzas. Carlisle no era mi padre en un sentido biológico estricto y no compartíamos características similares. El parecido en el color de la piel se debía a lo que éramos; todos los vampiros tienen la misma tez helada y pálida. El parecido en el color de nuestros ojos era otra cosa: el reflejo de nuestra mutua elección.
Y aun así, aunque no había base para establecer semejanzas, me imaginaba que mi rostro había comenzado a reflejar el suyo hasta cierto punto, en los malditos últimos setenta años durante los cuales yo había abrazado su camino y seguido sus pasos.
Mis rasgos no habían cambiado, pero a mí me parecía que algo de su sabiduría había marcado mi expresión y que algo de su compasión podía encontrarse en la forma de mi boca, así como trazas de su paciencia eran evidentes en mi ceño.
Todas estas pequeñas mejoras habían desaparecido de la cara del monstruo. En pocos momentos, no quedaría en mí nada que reflejara los años que había pasado con mi creador, mi mentor, mi padre en todos los sentidos que importan. Mis ojos volverían a brillar rojos como los del diablo; toda la bondad habría desaparecido para siempre.
Yo veía el rostro de Carlisle en mi mente, y sus ojos amables no me juzgaban. Sabía que él me perdonaría por el horrible acto que iba a cometer, porque me amaba, porque pensaba que era mejor de lo que realmente era. Y seguiría queriéndome, incluso aunque le demostrara que estaba equivocado.
Bella Swan se sentó en la silla que había a mi lado con movimientos rígidos y forzados, ¿por el miedo?, y el olor de su sangre se extendió como una nube inexorable a mi alrededor.
Le demostraría a mi padre que se había equivocado conmigo.
Y la tristeza de este hecho hería casi tanto como el fuego de mi garganta.
Me aparté de ella con asco, sintiendo repugnancia por el monstruo que deseaba tomarla.
¿Por qué tenía que haber venido aquí? ¿Por qué tenía que existir? ¿Por qué tenía ella que destruir la poca paz que me quedaba en esta existencia mía de redivivo? ¿Por qué había tenido que nacer esta irritante humana? Acabaría conmigo.
Volví la cara para no verla en cuanto me invadió una repentina furia, un odio irracional.
¿Quién era esta criatura? ¿Por qué yo, por qué en ese momento? ¿Por qué debía perderlo todo ahora sólo porque a ella le había dado por escoger esta insólita ciudad para aparecer?
¡¿Por qué había venido hasta aquí?!
¡Yo no quería ser un monstruo! ¡No quería matar en esta habitación llena de niños inofensivos! ¡No quería perder todo lo que había ganado en una vida entera de sacrificio y privaciones!
No podía… Ella no podía hacerme eso.
El olor era el problema, el enorme atractivo de su olor. Si hubiera alguna manera de resistir… Bastaría que otro chorro de aire fresco me aclarara la cabeza.
Bella Swan sacudió su cabello largo, espeso, de color caoba, en mi dirección.
¿Estaba loca? ¡Era como si le diera alas al monstruo! Tanteándole.
Esta vez no había ninguna brisa amable que apartara el olor lejos de mí. Pronto estaría todo perdido.
No, no hubo ninguna brisa. Pero yo no tenía por qué respirar.
Paré el flujo de aire a través de mis pulmones; el alivio fue instantáneo, pero incompleto. Todavía tenía el recuerdo del olor en mi cabeza y el sabor en el fondo de mi lengua. Ni siquiera podría resistir eso durante mucho tiempo. Pero quizás fuera capaz de soportarlo una hora. Una hora. Sólo el tiempo necesario para salir de esa habitación llena de víctimas, víctimas que quizás no tendrían que serlo. Si era capaz de contenerme sólo durante una hora.
No respirar era una sensación incómoda. Mi cuerpo no necesitaba oxígeno, pero iba contra mis instintos. Yo confiaba más en el olor que en cualquiera de los otros sentidos en momentos de tensión. Era el que me guiaba durante la caza y el primero que avisaba en caso de peligro. No solía encontrarme en situaciones difíciles siendo yo un peligro en mí mismo, pero el instinto de supervivencia era tan fuerte en mi naturaleza como en el de un ser humano normal.
Incómodo, pero manejable. Más soportable que olerla a ella y no poder hundir mis dientes en su fina piel, delicada y transparente hasta llegar al cálido, húmedo, pulsante…
¡Una hora! ¡Sólo una hora! Debía dejar de pensar en el olor, en el sabor.
En silencio, la chica mantuvo el pelo entre nosotros, inclinándose hacia delante hasta que dejó caer la melena sobre la carpeta. No podía verle la cara, ni podía intentar leer sus emociones en sus sinceros ojos profundos. ¿Había sido por eso por lo que ella había extendido su cabellera entre nosotros?
¿Quería esconder esos ojos de mi vista? ¿Sólo por miedo?
¿Por timidez? ¿Para mantener ocultos sus secretos?
Mi irritación anterior por no ser capaz de leerle los pensamientos era poca cosa en comparación con la necesidad —y el odio— que me embargaba en ese momento. Porque yo odiaba a esa frágil adolescente que se sentaba a mi lado, la odiaba con la misma fuerza con la que me sentía apegado a mi anterior identidad, al amor por mi familia, a mis sueños de ser algo mejor que lo que era… Odiarla, odiar el modo en que ella me hacía sentir, me ayudaba un poco. Sí, y la irritación que había sentido antes no era importante, pero también me favorecía. Me ceñí a cualquier emoción que me distrajera de imaginar su delicioso sabor…
Odio e irritación. Impaciencia. ¿Es que la hora no iba a terminar nunca?
Y cuando la hora terminara… Entonces ella saldría de esta habitación, y ¿qué haría yo?
Podría presentarme. Hola, me llamo Edward Cullen. ¿Puedo acompañarte a tu próxima clase?
Me contestaría afirmativamente aunque, como yo sospechaba, me temiera, porque era la respuesta educada y apropiada. Bella seguiría la costumbre y caminaría a mi lado. Resultaría bastante fácil llevarla en la dirección equivocada. Un espolón del bosque sobresalía como un dedo hasta tocar la parte posterior del aparcamiento. Podría decirle que había olvidado un libro en mi coche…
¿Se daría cuenta alguien de que yo había sido la última persona con la cual la habían visto? Estaba lloviendo, como siempre.
Dos impermeables oscuros encaminándose en la dirección equivocada podrían despertar un interés excesivo y delatarme.
Además, no era el único que había reparado en ella aquel día, aunque ninguno de forma tan devastadora como yo. Mike Newton, en especial, estaba pendiente de cada cambio de su postura en la silla mientras ella se movía nerviosamente; estaba tan incómoda por estar cerca de mí como cualquiera en su lugar, como yo habría esperado antes de que su olor hubiera destruido cualquier interés caritativo. Mike Newton seguramente notaría si ella salía de clase conmigo.
Podría soportarlo una hora, ¿y dos?
Me estremecí a causa del dolor y la quemazón.
Ella volvería a una casa vacía, ya que el jefe de policía Swan trabajaba a jornada completa. Conocía el edificio, del mismo modo que conocía cada casa en esta ciudad tan pequeña. La casa se encontraba aislada en lo alto de la ciudad, junto a un espeso
bosque, sin vecinos cerca. Incluso aunque ella tuviera tiempo para gritar, que no lo tendría, no habría nadie que la escuchara.
Ésta era la manera más responsable de llevar el asunto. Había pasado siete décadas sin probar la sangre humana. Si contenía la respiración, podría aguantar dos horas más. Y cuando ella estuviera sola, no habría ocasión para que nadie resultara herido. Y no existe motivo alguno para precipitarse, el monstruo de mi cabeza me dio la razón.
Era un sofisma pensar que sería menos monstruo por salvar a los diecinueve humanos del aula con esfuerzo y paciencia y matar sólo a esa inocente joven.
Aunque la odiaba, sabía que mi odio era injusto. Me di cuenta de que a quien detestaba realmente era a mí mismo.
Y me odiaría más aún cuando ella hubiera muerto.
Soporté toda la hora así, imaginando las mejores formas de matarla. Evite visualizar el acto real, ya que esto habría sido demasiado para mí. Perdería la batalla y terminaría matándolos a todos. Así que me concentré en el aspecto estratégico del plan y nada más.
Ella me miró más allá de la muralla de sus cabellos en una sola ocasión, casi al final de la clase. Sentía arder en mi interior aquel odio injustificado cuando nuestras miradas se encontraron y lo vi reflejado en sus ojos asustados. El arrebol cubrió sus mejillas antes de que pudiera volver a esconderse en su pelo y yo casi perdí los estribos.
Menos mal que sonó el timbre. Salvado por la campana, igual que en el dicho. Ambos nos habíamos salvado: ella de la muerte, y yo, durante un breve tiempo, de convertirme en la criatura de pesadilla que temía y detestaba.
No pude moverme con la lentitud habitual mientras salía de la clase. Algún observador ocasional hubiera averiguado que había algo raro en mi forma de caminar, pero nadie me prestó atención. Todos los pensamientos humanos seguían girando en torno a la chica que estaba condenada a morir en poco menos de una hora.
Me escondí en el coche.
No quería pensar en mí mismo como en alguien que se debía ocultar. Se parecía demasiado a la cobardía, pero sin duda ése era el caso ahora.
En aquellos momentos, no tenía la disciplina necesaria para permanecer rodeado de humanos. Al concentrar todas mis energías en no matar a uno de ellos, me había quedado sin fuerzas para resistirme frente a los demás. En caso contrario, menuda pérdida. Ya que tenía que rendirme al monstruo, al menos haría que mereciera la pena la derrota.
Puse el CD con la música que por lo general me calmaba, pero me sirvió de poco. No, lo único que en ese momento podía ayudarme era el aire frío, húmedo y limpio que soplaba con la ligera lluvia a través de las ventanas abiertas. Aunque todavía podía recordar el olor de la sangre de Bella Swan con perfecta claridad, inhalar el aire era como limpiar el interior de mi cuerpo de una infección.
Me sentía bien otra vez. Podía pensar de nuevo. Y ahora era capaz de volver a enfrentarme contra lo que no quería ser.
No tenía por qué ir a su casa, ni tenía por qué matarla. Sin duda, yo era una criatura pensante, racional y tenía posibilidad de elegir. Siempre había una oportunidad.
No me había sentido así en la clase, pero ahora estaba lejos de ella. Quizás, si la evitaba cuidadosamente, con mucho, mucho tiento, no tendría necesidad de cambiar de vida. Ahora tenía todo organizado del modo que me gustaba. ¿Por qué debía permitir que esa deliciosa e irritante personita lo arruinara todo?
No tenía por qué disgustar a mi padre, ni causar tensión, preocupación o dolor a mi madre. Sí, aquello también iba a disgustar a mi madre adoptiva. Y Esme era tan dulce, tan amable, tan gentil. Provocar dolor a alguien como Esme era verdaderamente imperdonable.
Qué irónico sonaba mi deseo de proteger a esa joven humana de la amenaza irrisoria y torpe de los pensamientos despectivos de Jessica Stanley. Yo era la última persona que podría haberse erigido nunca como defensor de Isabella Swan. Ella nunca necesitaría protegerse tanto de nada como de mí mismo.
De pronto, me pregunté dónde estaría Alice. ¿No me había visto matar a la joven Swan de mil formas diferentes? ¿Por qué no había venido en mi busca o en mi ayuda, para detenerme o al menos limpiar las evidencias? ¿Estaba ella tan absorta vigilando a Jasper de que se metiera en problemas que no había sido consciente de otras posibilidades mucho peores?
¿Era yo más fuerte de lo que pensaba? ¿Y si realmente no iba a hacerle nada a la joven? No. Yo sabía que eso no era verdad. Alice debía de estar muy concentrada en Jasper.
Busqué en la dirección en que sabía que la iba a encontrar, dentro del pequeño edificio donde se impartían las clases de inglés. No me llevó mucho localizar su «voz» familiar. Y llevaba razón. Volcaba todos sus pensamientos en Jasper, vigilando las mínimas posibilidades minuto a minuto.
Deseaba pedirle consejo, pero, al mismo tiempo, me alegraba que ella ignorase de lo que yo era capaz y que, en la última hora, había considerado seriamente la posibilidad de provocar una masacre.
Un nuevo fuego recorrió mi cuerpo, el de la vergüenza. No quería que ninguno de ellos lo supiera.
Si lograba evitar a Bella Swan, si me las arreglaba para no matarla —el monstruo se retorció y le rechinaron los dientes de frustración sólo de pensarlo—, en tal caso, nadie se enteraría.
Si pudiera alejarme de su aroma…
No había razón alguna para no intentarlo al menos. Elegir lo correcto. Tratar de ser lo que Carlisle pensaba que era.
La última hora de clase estaba a punto de terminar. Decidí llevar a la práctica mi nuevo plan de inmediato. Era mejor que quedarme sentado en el aparcamiento, donde ella podría pasar cerca de mí y acabar con mi empeño. Volví a sentir un encono injustificado por la muchacha. Odiaba que, sin saberlo, tuviera ese poder sobre mí, que ella me pudiera convertir en algo ultrajante.
Crucé el pequeño campus muy rápido —tal vez demasiado, pero no había testigos— en dirección a la oficina. No había razón para que mi camino y el de Bella Swan se cruzaran. Debía evitarla como a la pequeña peste que era.
La oficina estaba vacía, a excepción de la secretaria, la única persona a la que quería ver.
No oyó mi sigilosa entrada.
—¿Señora Cope?
La pelirroja de bote alzó la vista y abrió los ojos de forma desmesurada. Estos correctores de exámenes… siempre los sorprendía con la guardia baja, jamás se enteraban de nada, sin importar cuántas veces nos hubieran visto con anterioridad.
—¡Oh! —exclamó entrecortadamente. Estaba un poco agitada.
Estúpida, pensó en su fuero interno, es lo bastante joven para ser mi hijo, demasiado joven para pensar en él de esa forma…—.
Hola, Edward. ¿En qué te puedo ayudar?
La mujer agitó las pestañas detrás de las gruesas gafas. Estaba incómoda, pero yo sabía ser encantador cuando me lo proponía.
De hecho, me resulaba muy fácil, conocía de inmediato qué tono adoptar o qué gesto realizar.
Me incliné hacia delante y sostuve su mirada como si observara intensamente esos corrientes ojillos castaños suyos. La mujer era ya un manojo de nervios. Esto iba a resultar sencillo.
—Me preguntaba si me podría ayudar con mi horario de clases —dije con la voz suave que reservaba para cuando no deseaba atemorizar a los humanos.
Oí cómo aumentaba el ritmo de los latidos de su corazón.
—Por supuesto, Edward. ¿Cómo puedo ayudarte? —demasiado joven, demasiado joven, se gritaba a sí misma. Se equivocaba, por supuesto. Yo tenía más años que su abuelo, aunque, según mi permiso de conducir, ella tenía razón.
—¿Sería posible cambiar la clase de Biología por otra de mayor nivel científico? Tal vez Física…
—¿Tienes algún problema con el señor Banner, Edward?
—En absoluto. Lo único que ocurre es que ya he estudiado ese temario…
—… en esa escuela de enseñanza acelerada a la que asististeis en Alaska, cierto —frunció los labios mientras lo consideraba.
Todos deberían estar en la universidad. He oído las quejas de los profesores. Destacan en todo, no vacilan al contestar, jamás se equivocan en un examen… parece que hubieran encontrado la forma de engañarnos en cada asignatura. El profesor Varner estaría dispuesto a creer que nos están haciendo trampas antes que aceptar que un alumno es más inteligente que él… Apuesto a que su madre les da clases…—. En realidad, no caben más alumnos en Física. Al profesor Banner le disgusta tener más de veinticinco alumnos en una clase.
—Yo no sería ningún problema.
Por supuesto que no. Un perfecto Cullen no lo sería nunca.
—Ya lo sé, Edward, sólo que no hay suficientes pupitres…
—En ese caso, ¿podría no asistir a clase? Emplearía ese tiempo en estudiar por mi cuenta.
—¿No asistir a clase de Biología? —se quedó boquiabierta.
Es una locura. ¿Tan difícil te resulta aguantar una asignatura que ya te sabes? Tiene que haber algún problema con el profesor
Banner. Me pregunto si debería hablar con Bob del tema—. No tendrás suficientes créditos para graduarte.
—Ya recuperaré al año que viene.
—Tal vez deberías comentarlo antes con tus padres.
La puerta se abrió a mis espaldas, pero fuera quien fuera no me importunó con sus pensamientos, por lo que ignoré esa entrada y me concentré en la señora Cope. Me incliné un poco más cerca y le sostuve la mirada con los ojos abiertos. Hubiera funcionado mejor de haberlos tenido dorados en lugar de negros. La negrura atemoriza a la gente, como debe ser.
—Por favor, señora Cope —modulé la voz del modo más suave y persuasivo que pude, y puedo ser considerablemente persuasivo—. ¿No hay ninguna otra clase donde haya sitio para mí? Estoy convencido de que debe de haber un resquicio en algún sitio. Biología como sexta hora de clase no puede ser
la única opción…
Le sonreí a la par que procuraba no mostrar mucho los dientes para no asustarla y suavizar la expresión del semblante.
Su corazón resonó con más fuerza.
Demasiado joven, se recordó frenéticamente.
—Bueno, tal vez podría hablar con Bob, quiero decir, con el señor Banner y ver si…
En un segundo cambió todo: la atmósfera de la habitación, mi misión en la misma, la razón por la que me inclinaba hacia la mujer pelirroja… Lo que antes tenía un propósito concreto, ahora se había convertido en otro muy distinto.
Un segundo fue todo lo que necesitó Samantha Wells para abrir la puerta y depositar con retraso la hoja de firmas en la cesta situada en la entrada. Un segundo fue lo que tardó el golpe de viento que se coló por la puerta en sacudirme. Un segundo fue todo lo que necesité para comprender por qué esa primera persona no me había interrumpido con sus pensamientos nada más entrar.
Aunque no necesitaba asegurarme, me volví. Lo hice despacio, pugnando por controlar los músculos que se negaban a obedecerme.
Bella Swan estaba ahí en frente, de pie, con la espalda apoyada contra la pared al lado de la puerta, con un papel apretado entre las manos. Sus ojos se abrieron aún más de lo habitual cuando asimiló mi mirada feroz, inhumana.
El olor de su sangre saturó cada partícula de aire en la habitación pequeña y calurosa. Mi garganta estalló en llamas.
El monstruo me observó de nuevo desde el espejo de sus ojos, una máscara de maldad.
Mi mano vaciló en el aire sobre el mostrador. No tendría siquiera que mirar hacia atrás para coger la cabeza de la señora
Cope y aplastarla contra la mesa con fuerza suficiente para matarla. Dos vidas, mejor que veinte. Una ganga.
El monstruo esperaba ávido y hambriento a que lo hiciera.
Pero siempre debe haber una posibilidad de elegir, tenía que haberla.
Interrumpí el movimiento de mis pulmones y fijé el rostro de Carlisle delante de mí. Me volví para encarar a la señora
Cope y escuché la sorpresa interna que le había causado el cambio en mi expresión.
Echando mano del autocontrol que había tenido tiempo de practicar en décadas de esfuerzo, conseguí que mi voz sonara aún más monótona y suave. Quedaba suficiente aire en mis pulmones para hablar una vez más, apresurando las palabras.
—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.
Giré y me lancé fuera de la habitación al tiempo que intentaba no sentir la calidez de la sangre dentro del cuerpo de Bella cuando pasé a escasos centímetros de ella.
No paré hasta llegar a mi coche, moviéndome demasiado rápido todo el camino hasta allí. La mayoría de los humanos se habían marchado ya, por lo que no hubo muchos testigos.
Oí a un alumno de segundo, Austin Marks, darse cuenta y luego pensar que era imposible...
De donde habrá salido Edward Cullen, es como si se hubiera materializado en el aire... Ya me vale, ya estamos con la imaginación otra vez. Mamá siempre dice...
Los demás estaban allí cuando me deslicé dentro del Volvo.
Intenté controlar la respiración, pero tragaba a grandes bocanadas el aire fresco, como si estuviera sofocado.
—¿Edward? —me preguntó Alice con voz preocupada.
Sólo sacudí la cabeza en su dirección.
—¿Qué demonios te ha pasado? —inquirió Emmett, distraído en ese instante por el hecho de que Jasper no estaba del mejor humor para su revancha.
En vez de contestar, lancé el coche marcha atrás. Debía salir de allí antes de que Bella Swan me siguiera incluso al aparcamiento.
Mi propio demonio personal, hechizándome... Hice girar el coche y aceleré. Cogí los setenta antes de llegar a la carretera y una vez en ella, llegué a los ciento diez antes de doblar la esquina.
Sin mirar, supe que Emmett, Rosalie, y Jasper se habían vuelto todos para observar fijamente a Alice, que se encogió de hombros. No podía ver lo que había pasado, sino lo que estaba por pasar.
Y luego miró hacia adelante para ocuparse de mí. Ambos procesamos lo que ella veía en su cabeza y ambos nos sorprendimos por igual.
—¿Te marchas? —susurró ella.
Los otros se volvieron para observarme a su vez.
—¿Voy a hacerlo? —susurré entre dientes.
Entonces, vio que mi futuro tomaba un giro mucho más oscuro cuando flaqueaba mi resolución.
—Oh.
Bella Swan estaba muerta. La sangre fresca arrancaba brillos escarlata a mis ojos. Luego, había una investigación y transcurría un largo plazo de espera, por precaución, antes de que volviera a ser seguro que saliéramos, para empezar de nuevo…
—Oh —dijo otra vez.
La imagen de su visión se volvió más detallada. Contemplé el interior de la casa del Jefe Swan por primera vez, y vi a Bella en una cocina pequeña de armarios amarillos, dándome la espalda mientras yo la acechaba desde las sombras… hasta que el olor me llevara hasta ella…
—¡Detente! —gruñí, incapaz de soportarlo más.
—Lo siento —susurró ella con ojos dilatados.
El monstruo se regocijó.
Y la visión de la mente de Alice volvió a cambiar. Una autopista vacía, por la noche, flanqueada por árboles cubiertos de nieve que desfilaban a más de trescientos por hora.
—Te echaré de menos.
Emmett y Rosalie intercambiaron una mirada de aprehensión.
Estábamos a punto de llegar al lugar donde teníamos que girar para tomar el largo camino que nos llevaba a casa.
—Bajémonos aquí —les instruyó Alice—. Debes decírselo tú mismo a Carlisle.
Asentí y las ruedas del coche chillaron al frenar bruscamente.
Emmett, Rosalie y Jasper descendieron en silencio. Harían que Alice se lo explicara todo cuando yo me hubiera marchado.
Ella me tocó el hombro.
—Harás lo correcto —murmuró, pero esta vez no era una visión, sino una orden—. Charlie Swan no tiene más familia.
Eso le mataría a él también.
—Sí —dije yo, aunque sólo podía estar de acuerdo con Alice en la última parte de la frase.
Ella se deslizó fuera para reunirse con los otros, con las cejas fruncidas, llena de ansiedad. Desaparecieron entre los árboles y estuvieron fuera de mi vista antes de que pudiera dar la vuelta al coche.
Aceleré de regreso a la ciudad, y supe que las visiones en la mente de Alice estarían tornando del negro al blanco como si fueran una luz estroboscópica. Mientras conducía de vuelta a Forks a ciento cincuenta, no estaba seguro de hacia dónde iba.
¿A despedirme de mi padre o a abrazar al monstruo que moraba en mi interior? La carretera desaparecía bajo las ruedas.
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